Mírame.

-Twenty-five with sixty, sir. [-Veinticinco con sesenta, señor.]

Escuché a la lejanía, como en una habitación cerrada. Me quedé dormida y… ¡Recordé que estaba en un taxi! Me recosté poco a poco sin llegar a abrir los ojos, todavía estaba somnolienta, muy cansada. Noté movimiento a la izquierda de mi cara. Era él sacando la cartera para pagar al taxista. Me encantaba el perfume que llevaba, me dejaba patidifusa soñando miles de cosas que mi mente no podía dibujar.
Seguía hablando con el taxista, ¿habíamos llegado ya? Escuchaba frases pero con el sueño no entendía nada. Entraban y salían las palabras en mi cabeza sin llegar a procesarlas.

-Keep the change. Good night. [-Quédate el cambio. Buenas noches.]
-Thanks, sir. [-Gracias, señor.]

Su mano alcanzó mi faz, deslizando su mano áspera pero dulce de arriba a abajo. Eso quería decirme que tenía que despertarme. Siempre era rudo o, incluso, estúpido pero era muy dulce para algunas cosas. Estaba intentando despertarme, habíamos llegado. ¿Eh? Está diciendo algo, debería escucharlo…

-Oye, despierta. Hemos llegado. Tenemos que dejar que este señor se vaya.
-Fu… llévame.
-Vamos, sal del coche, anda.

De repente, el botones del hotel donde nos alojábamos abrió la puerta, entrando así el frío de la noche tardía en la que nos encontrábamos. Me despertó completamente. Tenía que tener la cara de elegancia, no podían verme así. *risas internas* Le haré caso. Dejemos que se vaya el taxista. El muy amable o bien amaestrado botones ya me estaba extendiendo la mano. Yo, con prisa, utilicé mi otra mano para relocalizar mi bolso entre los asientos y con la otra ya había encontrado el contacto. Despacio, me ayudó a salir del coche. Él seguía detrás. Se escuchó una frase de su boca, no lo entendí por un claxon ajeno.

-Sorry for the wait. [-Lo siento por la espera.]
-No problem, sir. Good night. [-No pasa nada, señor. Buenas noches.]

Las grandes puertas de cristal se abrían a nuestros pasos por las escaleras. Él me agarró por la cintura, ayudándome a no perder el equilibrio por las resbaladizas escaleras, la fría noche había humedecido las escaleras. Se escuchaba a los porteros dar las buenas noches, él las desvolvió y yo asentí con la cabeza. No podía gesticular palabra alguna. Cruzamos el silencioso hall del hotel, brillante por todo el ornamento que componía aquel maravilloso lugar, tranquilo y con paz de alma que quería transmitir a los visitantes que entraban. Ya se escuchaban los pasos acelerados del muchacho del ascensor al final del pasillo, que trabajaba llamando a los ascensores y manteniendolos limpios y sin problemas. Un trabajo no muy duro pero es un trabajo. Las puertas abrieron a tiempo, casi cronometrado. Nos dieron el paso a entrar, pulsaron el botón y se despidieron mientras que se cerraban las puertas. Yo me apoyé sobre el cristal del ascensor. Veía cómo se reflejaba mi rostro en el panel frontal, donde se situaban las puertas del mecanismo. También, podía ver reflejado su corbata, siempre bien puesta dentro de su americana gris, apenas llegaba a verle la cara, se distorsionaba por el material dorado que tenía la puerta del ascensor. Pintaba las formas de las cosas en aquel cristal mientras que iba pasando planta a planta. Veía como él me observaba, ladeando la cabeza mientras que mantenía esa mirada seria característica que no se le perdía ni en el mejor momento.

Un timbre. Llegamos al piso. Él  me miró, yo puse cara de ‘qué piensan esos ojos cuando tuerces la boca de forma maliciosa’. Abrió la boca diciendo un simple ‘ven’. Se dio la vuelta, extendió los brazos hacia donde estaba y me cogió como diciendo ‘vamos, salta, que te llevo’. No lo pensé dos veces, me remangué el vestido y salté cuál mono encontraba un nuevo árbol. Me apoyé completamente sobre él, escuchando sus latidos, empujando sobre mi pecho, a un ritmo normal, a pesar de llevarme encima. Crucé el brazo sobre su pecho para alcanzar los botones de la americana, para que no los diera de sí y, así, no le costara llevarme. Siguió el camino largo hasta la puerta. De momento, deslicé la mano por dentro de la americana, para alcanzar la llave tarjeta que había cogido en recepción. La introduje en la puerta y, después de unos segundos, saltó la luz verde, dando paso a la habitación. Entró sin bajarme, yo cerré la puerta con la pierna, él encendió la luz con la mano y siguió caminando por toda aquella habitación gigantesca, que más que una habitación de hotel, parecía un apartamento gigantesco en el centro. Creo recordar que las llamaban suites. Cruzó el comedor, el salón de estar y un último pasillo a la habitación, empujó la puerta corredera de la izquierda con la pierna, yo abrí la otra con la mano derecha. La luz se encendió automáticamente, era una habitación realmente encantadora. Nos puso delante de la cama por el lado, giró la cabeza levemente, mirando un poco hacia atrás, sonriendo y nos lanzó a la cama. Grité del susto, creía que me iba a caer… Pero reía, la cama era tan blanda que ni se notó la caída. Me dejó recostada de lado en la cama, mi pelo apenas me dejaba ver pero le vi levantarse, sin mirarme. No podía moverme, estaba algo agotada. Le observaba, ¿cómo podía tener tanta energías sin apenas dormir, con todas las cosas que había hecho? Miraba al pequeño escritorio de la habitación, ahí solía dejar papeles importantes. Se quitó la americana y la puso en un vestidor que tenía al lado de la cama, se sentó en la silla, se desabrochó los cordones y, cuidadosamente se quitó los zapatos. En ese momento, me miraba, me observaba como no me había movido ni un milímetro, con el pelo descolocado por toda la cama y la cara. Tenía esa mirada misteriosa. Era algo raro pero increíblemente reconfortante. Desató la corbata, deshaciendo el nudo corredero completamente y la tiró sobre el escritorio mientras se levantaba. Se puso en el mismo lado por donde nos tiró a la cama, se sentó y se tumbó lentamente, poniendo un brazo en sus ojos, como para que la luz no le molestara.

Yo: -¿Estás bien? – le pregunté pero no recibí respuesta de él. Estaba pensando algo. – Me encanta como has dominado a esa gente, de estar al punto de la locura a calmarlos y tranquilizarlos, ha sido algo increíble.
Él: -No ha sido para tanto. Es mi trabajo, debo de hacer esas cosas y más si llevamos razón, había que hacer algo, los jefes no sabían cómo salir, yo sólo hice lo que tuve que hacer.
Yo: -A mi me ha gustado verte así. – El sueño me afectaba poco a poco, por lo que bostecé.
Él: -¿Estás cansada? ¿Y las energías de esta mañana? ¿No querías no dormir hasta volver? – me dijo con esa sonrisa de malvado en su cara, yo sólo pude morderme el labio y callarme.
Yo: -Te odio.
Él: -Lo sé.
Yo: -Gracias por invitarme de nuevo a este viaje, me lo estoy pasando genial.
Él: -No tienes por qué darlas… Tenía ganas de que vieras todo esto, de estar juntos y disfrutar un poco de vez en cuando.

Quería verle la cara, los ojos en los que me gusta mirarme. Me levanté el pelo de la cara, reuní todas la fuerzas que tenía en ese momento y me subí encima de él. Seguía con el brazo sobre su cara, no lo movió nada. Yo, de mientras a ver si daba señales de vida, me recogí todo el pelo a un lado, hacia el lado donde estaba ladeando la cabeza, por si quitaba el brazo, para que no le molestara. Todavía me pregunto porque no me hice un recogido para la fiesta. Ahí estábamos, yo mirándole, él callado, uno encima del otro y silencio que llenaba la habitación.

Él: -A veces, estoy cansado de todo esto. Llegar tan lejos permite la tranquilidad pero no la tranquilidad que deseo.
Yo: -¿Qué quieres decir?
Él: -Quiero estar allí, contigo, que no tenga que irme cada tres días lejos de ti; estar a tu lado y disfrutar, no perderme ningún rato contigo… pero tengo que hacer esto y no me gusta.
Yo: -Es algo que tenemos que hacer, no podemos hacer nada. Si te lo piden a ti, es porque confían en ti, es porque necesitan de ti. Al igual que yo de ti, te necesito por algo.
Él: -¿Y ese algo qué es?
Yo: -Tú mismo. Tu personalidad, tu forma de cuidarme, tu forma de ser, tú, nada más. Ellos te necesitan en el trabajo, yo te necesito en mi vida.
Él: -A veces te pones muy tonta.
Yo: -También necesito tu estupidez pero no me quejo. Es para tirarte por la ventana.

Él esboza una sonrisa y, por fin, se quita el brazo de la cara. Me miraba fijamente, sonriendo, yo sólo pude ponerme nerviosa y sonreír.

Yo: -¿Qué? ¿¡Qué!?
Él: -Echaba de menos tus ojos marrones. Tu sonrisa nerviosa. Tus labios asustados.
Yo: -¿Asustados?
Él: -Si, temblorosos, miedosos, con nervios de cuándo actuarán.
Yo: -¡Qué creído estás tú! ¿No?
Él: -Puede ser eso o es lo que tú me has hecho infundir en mi mente.
Yo: -Yo sólo sé que no se nada.
Él: -Y por eso el mundo está lleno de tontos.

Me enfado, le miro mal y me intento echar a un lado. Y digo intentar porque no me deja, me agarra sin haberme dado cuenta y no me deja salir de entre sus brazos. Le intento no mirar pero él busca mis ojos, como si quisiera cautivarlos y encerrarlos dentro de su corazón. Intento no mirarle pero tampoco me deja otra opción. De repente, nos hace girar. Hace que me tumbe y él se mantiene encima mia, apenas me deja espacio para moverme, no me lo permite. Me sigue mirando y ya no puedo hacer nada más.

Él: -¿Vas a dejar de mirarme hasta que mañana te vayas?
Yo: -Puede.
Él: -No es una opción que me guste.
Yo: -A mi tampoco pero no te lo mereces.
Él: -A veces, por no decir nunca, estás muy mona cuando te enfadas, pero sólo hoy se hará la excepción.

Se levantó. Anduvo hasta las puertas con cristaleras gigantescas que daban al balcón, las abrió y salió al exterior. Se sentó en la barandilla, apoyando los brazos y echando la cabeza hacia atrás, disfrutando del frío de la noche. Me levanté, resoplando y yendo detrás de sus pasos, volviendo a su vera. Me apoyé sobre él, él soltó un brazo sobre mi espalda para darme más apoyo y sólo pude respirar profundo. Sentía sus latidos, su forma de darme calor, a pesar del frío que inundaba la noche. Empecé a soltarle los botones del cuello de la camisa, dejándole respirar y abriendo algo la camisa. Pasaba lentamente por dentro, por su cuello, acariciándole, rozándole. Me alcé un poco y me dispuse a besarle el cuello. Sé que eso le tranquilizaba. Y le encantaba, para qué vamos a engañarnos.

Yo: -Mírame. Sólo es un mes. Podré volver algún que otro fin de semana, podemos hablar por Internet y mantener el contacto. No es el fin del mundo.
Él: -Es simple pero nadie quiere eso, aunque sólo sea un mes.
Yo: -Las vistas desde este hotel son magnificas.
Él: -Ahora si.
Yo: -¿Ahora? De día tiene que ser…
Él: -Ahora, en esta noche, en este momento, con estas personas, aquí, ya. Porque contigo al lado esto ya es lo mágico que necesitaba sentir, aunque sea por unas horas. Quien sabe lo que nos depara el futuro, quien sabe cuando puede que volvamos a vivir una noche así. Sólo sé que es la primera y no quiero que sea la última. Porque las estrellas sólo son el mapa de regreso a casa y tú eres la estrella que falta, que necesita tu brillo el cielo para poder conquistar a cualquier persona. Y si yo soy un cielo, tú eres la estrella que a mi lado me completa. Puede que algún día desaparezca pero siempre será el punto en el que necesite estar. Como un punto de guardado, como un punto de restauración de vida, un punto de sanación. Ya que esta mágica noche a tu lado, a pesar de todo lo ocurrido, es lo que necesitaba. Estar completo de nuevo…

Y así recordaba sus palabras en el avión, sin olvidar ni un punto. Deseando volver de nuevo a su lado, deseando que vuelva él a nuestro hogar. Deseando locuras, de que perdiera el trabajo, incluso. Que encontrara algo aquí o que yo pudiera vivir a su lado para siempre. Porque puede que él sea algo frío, puede que él sea demasiado fuerte para el mundo, pero es demasiado cálido por dentro y sólo quiere dar seguridad para todo. Y, lo que él dijo en el aeropuerto, antes de verlo por última vez:
“-Mírame. El tiempo y el no verte no podrán eliminarte de este corazón porque te quiero, hasta que la estrella decida olvidarme y, si me prometes no olvidarme, no podré separarme de ti.”
Mis miedos se desvanecen. Creo que será difícil perderme, ya que pertenezco al cielo y el cielo me acoge sin miedo.

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