Elizabeth. [Parte 2 de dependencia a lo que se observe]

Han vallado mi lugar de libertad, ese al que huyo cuando busco un sitio tranquilo o espeluznante. Ya no brilla de la misma forma mientras es de noche, quizás de día se note otro diferente aire. Puedo adivinar que lo han hecho por seguridad, pero ya está destrozado y las señas de advertencia vuelan por el suelo, perdidas entre polvo y piedra. Lo hicieron con prisa, porque la seguridad es de poca importancia. Ni siquiera lo acabaron. Puede que esto sea un acto vandálico de rebeldía contra aquellos que nos quieren poner barreras a lo que queremos decir. Puede que sea un simple poste tirado en el suelo porque no pusieron suficientes tornillos. Siempre yo buscando lo perdido.

Escucho sonidos a la lejanía, típicos de una noche de verano y domingo. Dadas las fechas más señaladas, hay más ruido surcando este valle y más luces que iluminan a dos metros escasos. Oigo el agua fluir tan dulcemente que hace que me pierda buscando los ríos que no existen, dado que nunca llegaron a vivir a la playa donde se extiende el horizonte. Pero resurge. Oigo voces de animales viviendo a mi alrededor, disfrutando de una noche cerrada y nublada, pasando un día más en el sitio donde nacieron y poco más. Escucho pasos secos, perdidos entre los senderos que me rodean. Oscuros pasajes que no tiene más iluminación que un sótano inundado.

Hoy hay Luna Llena, pero está debajo de sus sábanas, esperando a que pase la noche. No quiere salir, se esconde entre cristales translúcidos, queriendo darnos su presencia, pero no sus detalles. Nos da su forma, pero no sus imperfecciones. Y es que dicen que el tiempo está loco y ellos están cuerdos. Que llueva en verano es antinatural y que son dueños de aquellos temas a los que no pertenecen. Tengo la suerte de que hoy estés escondida. No quisiera intoxicarme de los ruidos y querer cogerte para iluminar mi camino una noche más.

A veces, me falta imaginación para escribir. Otras, motivación. Y si alguien me siguiera a cada momento del día, podríamos escribir mayores historias de las que ha escrito Corea del Norte. Porque fluye y alimenta, pero no se esfuerza por permanecer.

Supongo que sabrás que ya no soy el mismo. O eso intento aparentar. Puede que te hayas dado cuenta de que el titiritero me enseñó el oficio y, ahora, manejo una oscura marioneta. Oscura o poco clara. Puede que ahora sólo tengo que forzarme, que no esforzarme, en intentar salir del bucle que yo creé y no salí después de tanto tiempo. Pero nadie me ayuda y no me tendría que hacer falta. Al contrario, quieren más. Sueñan con las historias que les cuento, que no engaño, que sé que son ciertas. Y buscan saber más, quieren que siga hablando de la magia que dio vida a este muñeco de madera. Y hasta pierden el sueño… hasta lloran… lloran por lo que cuento con toda normalidad. Les doy una verdad y la rechazan, cuestionan y dan las soluciones tardías y equivocadas.

Uno ya sabéis lo que hace… espera a doblar la esquina y grita.

Suenan los tambores a la lejanía, me informan que pronto llegará la epifanía. Luces en el cielo celebrando algo que ni siquiera ellos recuerdan durante todo el año, pero sí le es necesario sacar a relucir el oro. No me atrevo a mirar, estoy de espaldas al lugar. No quiero distracciones, no quiero juegos de manos para despistar al ciego. Pero… ¿se puede engañar a alguien en esta oscuridad? Si dicen que me pasará algo malo por estar aquí en estas condiciones, ¿por qué no puede alguien cambiar la física en sitios donde el ser humano fracasa ante su limitada evolución?

Es más fácil hablar de burbujas de jabón. Se muestra la historia que lleva dentro y desaparece.

No os voy a engañar: la burbuja la creo yo. Soy yo el que se pierde entre los días, intentando pensar en miles de historias inventadas, creyendo que eso me salvará de crear alguna idea en la luna transitada, intentando desconectar de los cientos de días que llevo sin descansar. Pero no lo consigo… sólo sigo haciéndome daño intentado ahogar lo único que me queda. Sigo ocultándome entre sonidos fuertes y perdidos, esos en los que pretendo tener años de madurez y aprendizaje, callos de práctica y maestría condecorada; sonidos en los que perderme sería demasiado fácil y no lo hago. Lo único cuerdo que me queda es seguir aquí y esperar.

Hacemos todo lo posible para estar bien acompañados. Luchamos por querer ver a los que más apreciamos. Coger todo y desconectar perdidos en cualquier lugar. Sin la necesidad de absolutamente nada. Y es difícil conseguirlo, incluso para ingenieros y arquitectos. Luchan por saber cuál será la forma más óptima para conseguir un fin. Lo que no saben es que los psicólogos saben que no hay nada más que dejar una libertad al ser para que lo intente resolver. Y los locos son los de magisterio, que quieren que sepas pescar y no que te sirvan de comer. Todos somos unos iletrados hasta que nos dan lecciones de puro realismo y ficción.

He perdido otra vez el hilo, Elizabeth… Ni siquiera me acuerdo ya por qué empecé a hablarte cuando iba a hablar de ti.

Me han dicho miles de veces que le pregunte al profeta que si sería capaz de ocultarnos algo de los dioses para nuestra tranquilidad. El profeta sólo me dice que no creamos en una frase que se diga al azar. Me dice que los dioses jamás le callarán, por mucho que sean omnipotentes. Pero el profeta no tiene por qué hablar si él no quiere. Nadie piensa eso, nadie quiere pensar que el elegido sea el que de verdad calle para los que buscan algo de sentido. No hay ser que diga en su cabeza que puede haber algo en lo que ciegamente hemos adquirido.

Las musas no obligan y los dueños de reino insisten. ¿Y si el poeta no quiere hablar? Jamás se pensó.

Pero dirán que estoy desorientado, disparando balas cuando ni siquiera tengo pistola. Sólo estoy esperando a que el cielo se despeje un poco más y pueda ver el camino para bajar de este sistema en el que estoy subido. Porque ya no lo puedo llamar vida, si ya han hecho propiedad de él.

Titiritero o no, me encanta contar las historias que ahora pertenecen a mi cabeza. Esas que por si mismas lloran dentro de mí y, tan educadas, no manchan por donde pasan. Ahora han despertado, tarde… Y yo las vivo cada día, imparables. Es fácil mirar a ese cielo cuando yo, de verdad, quería verte a ti. Un día me dijiste que las personas que se fijan en los detalles que nadie más hace son geniales. Fue hoy. Pero en un día diferente a este.

Ahora soy el estudiante cabezón que aprendió una forma más bonita de ver la vida, se durmió y su profesor quiere enseñarle otro movimiento. Pero no es fácil de olvidarse. Para mí no es fácil. Sólo pasó una vez y creo que se me acabaron los tickets para siempre. Es mejor decir gracias que pedir perdón. Aunque no haya por qué darlas.

Y recuerden…