Los cinco grandes pilares de Roma.

Desde que llegué a ese lugar, no sé cómo no he podido recopilar información acerca de cómo se movía este inmenso imperio. Podría esperar miles de horas sentado en los sitios clave y jamás sería capaz de descifrar el misterio que rompe mis noches en vela y que los baños más largos no limpian de mi piel todo el centro al que me dirijo.

Señor, le juro que sé hacer mi trabajo, sé cómo realizar la tarea que me encomendó, pero este es un caso especial, único e irrepetible. Podré hablar de todo lo que viví y no llegaría a plasmar todos los detalles mínimos. Hay miles de notas escritas por todos mis aposentos, carpetas llenas de sueños y momentos escritos. Todo ello guardado con sumo cuidado y con toda la información. Pero ni eso me ayudará a realizar esto adecuadamente.

El bosque oscuro.

Empecé a buscar el rumbo perdiéndome entre este majestuoso monumento de la naturaleza. Nadie me dijo que no debía de entrar, nadie me dijo que habría peligros escondidos. Decían que todo lo que venía de allí daba el brillo que necesitaba la vida. Veías como todo el bosque se doblaba con la brisa del viento y Roma traía el orden hacia el lado contrario, dando sueños al mundo entre los huecos de luz que atravesaban las hojas. Hay palabras más simples para explicarlo, pero no en este idioma.

 

Cambié de idea y empecé a esconderme allí. No desertaba de nada, estaba allí por el disfrute de la suavidad de los vientos apagados, la tranquilidad del miedo en lo desconocido. Todo en la búsqueda de lo prohibido, descubrí cómo limpiar mi rincón de la tranquilidad suprema. Solo tenía que pasar las uñas por el suelo para poder baldear todos los problemas que sostenía en mis manos. Una nueva forma de abrir puertas cerrando almas.

 

Los faros desafiantes.

Sabían lo que hacían… Había faros por todas las costas que podían controlar, pero no era para guiar barcos a zonas seguras. Como cualquier animal en medio de la carretera en una noche cerrada, sólo deslumbraban y hacían perder el conocimiento eterno, de ese en el que ningún alto coeficiente podría apoyarse para poder escapar de su destino inminente.

Incluso si ibas a pie, no podías parar de mirarlos a través de los cristales que los envuelven. Profesabas poderes que atraían a un vacío acogedor, lleno de cálidas vistas con ceños fruncidos y no por el molestar de un sol ardiente y brillante. Paleta de pintura que tiene todos los colores, pero se funde en un solo tono que cubre parte de este planeta en estado sólido. Pero de piedra no me quedaba porque no eran de hechiceros bohemios.

 

El mapa desvelado.

Fue asombroso cómo pude comprender todos los caminos extendidos por todo este gran imperio con solo echar un vistazo rápido a los papiros que me daban. No indicaba si eran cielos o tierras, no indicaba si era levante o poniente, norte o sur en un cruce de señales. Enseñaba el camino, pero no quería que siguieras las baldosas amarillas. Más que buscar un rumbo, quería andar por cada sendero oculto, visible para los mortales. Me quería perder en un mundo en el que ni la gravedad afecta por mi tamaño.

Paso sordo entre piedras, paso ciego entre escaleras, pensabas en despedirse antes que darse a conocer a los lugares que llegabas. Sabías que cada vez que llegaras a un lugar, dirías adiós porque saldrías corriendo y volverías ahogado al mismo sitio para sentir de nuevo la sensación de llegar a un lugar llamado casa. Casa de todos para uno.

 

La vista futura.

Puede que la fuerza por la que se levantaba cada mañana era la energía limpia más efectiva, más eterna. No se perdía ni un instante en cualquiera de los valles, montañas o ciudades por donde pasaba. Sabía cuál era el destino de aquellos hombres fuertes y nadie podría pararlos. Más que un sueño, era la muerte. Ese era el fin para ellos. Tenían que conseguirlo para morir, destruirse y llegar a ese descanso que daría paso a otra vida, una vida nueva de vivir lo que siempre buscaron.

No querían grandes riquezas, no querían grandes hazañas; vivían por querer ser lo que un día vieron en el agua cristalina de lagos, pozos, lloviznas y reflejos en cristales. Y aunque el silencio llegara… solo tendrían que pensar un poco. Llorar para limpiarse el barro y la sangre de su cara. Y continuar. Siempre hacia adelante, sin olvidar amigos o enemigos, todo dentro de un carro cargante, para llegar a ese ansiado futuro.

 

Mi eterno desconocimiento.

A pesar de estar a mil leguas del mar, lo escucho. Sé que está ahí, pero no puedo confirmar que exista. La noche ha entrado y veo estrellas fugaces con deseos para los ajenos, uno no necesita nada. Pero… ¿Y si es el sonido enemigo el que oculta la existencia de lo que quieren pintar en mi mente? ¿Y si quieren engañar a todos, culpables e inocentes? No consigo avistar nada más allá de lo que alumbra esta vela minúscula.

Todo eso fue lo que me hizo crear un final que jamás había pensado. Yo nunca soñé como lo habían hecho otros, jamás habría querido o creído en un momento así. Puede que esa especialidad de no saber exactamente qué, cosa que jamás me había pasado, puede que destruyera a este informante. Puede que por fin había aparecido un reto que no era reto en mi presencia. Era lo que buscaba o lo que nunca había surgido en la costa que siempre admiraba en soledad de todos los momentos en los que vi fragilidad.

Tal vez fue ese momento. En el que tuve que salir del modo manual y hacerlo todo por mi cuenta. Pero, quizás y solo quizás, ya era demasiado tarde. El espadachín había dejado de practicar, el pianista ya no sabía digitalizar y el arquitecto no salía de sus líneas curvas. Todo perdido por un momento de tranquilidad.

Todo esto por no poder recordar cómo hacer un informe.

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