Alguien en mi cabeza y no soy yo.

Si. Estoy nervioso. Tengo miedo, alegría, pánico y alivio en un mismo cuenco. No sé qué explicar o que decir para que vuelva el pulso natural de mi vida. Y, ahora mismo, estoy pensando las palabras que quiero escribir… algo que nunca había pasado en estas páginas. Era todo instintivo, era todo natural, sin pensar, crudo, raudo y veloz. Y sólo puedo mirar el horizonte de una habitación finita. Hay algo que quiere explotar, lo noto, late cada vez más fuerte. Pero quiero pensar…

Pensar en la duda de que si fue un sueño o fue un respiro necesario; algo de fuerza que dice que hay algo de libertad. Pero no de la libertad que todos conocemos, sino más allá de los términos ya comprendidos. Algo que llena más el interior, algo que acaricia cada noche y hace que el tiempo avance tan deprisa que no quieres ni luchar por pararlo. Quieres que ocurra. Que viva. Que pase todo lo que tenga que pasar. Y que se desgaste el tiempo antes de perder el más mínimo gesto, el más mínimo detalle, la más dulce sonrisa o el gesto de desprecio más pícaro. Quieres que ocurra.

Porque no es lo que sepa hacer, no es por lo que sabe, no es por lo que escucha, no es por lo que sonríe, no es por lo que le motiva la vida, no es por nada en especial. Es por lo que me hace a mi, es lo que me hace sentir, es lo que me hace perderme en el espacio aún teniendo las piernas en el firme suelo de la Tierra. En ese momento en el que mi mente decide tener solamente una mirada especial para observar, vivir y soñar a través de todos los sentidos posibles de mi haber.

Y lo bonito de todo… es que he creado un monstruo en mi interior.

Yo soy el autor del monstruo que ahora vive todos los días a mi lado. No me deja escribir, está atado a mis constantes y quiere apartar la mirada. No sabe que sé escribir sin mirar. No lo sabe. Por eso… cierro los ojos y sigo escribiendo. Intentando respirar, queriendo que se tranquilice y dejarlo dormido. Pero no. Quiere acompañarme. Se calma, me permite continuar pero no quiere abandonarme.

Se sienta a mi lado y me dice que la cague.

Que diga todo lo que tenga que decir. Que se joda el mundo, que se muera de envidia todo aquel ser viviente que no quiso escuchar las palabras que deberían estar grabadas a fuego en el corazón de los débiles, ciegos y sin corazón; que no son los que físicamente sufren estos casos. Que haga que el odio recorra a todo el mundo, si fuera necesario para ellos, para que puedan vomitar y sentirse bien; luego mal. Que haga felices a todas esas personas que siempre me han apoyado a vivir, que les de la alegría del que siempre han esperado. Que no me oculte, sonría, que me levante del suelo y no pierda ni un paso.

Y tiene razón. Pero que la cague él en su mundo y yo en el mio. Quiero disfrutar con calma. Algo que nunca pensé que podría sentir, me han demostrado que nunca lo sentí. El simple pájaro que fui en jaula fue el sentimiento más neutro que podría haber sentido en mi vida. Pero me enseñaron los colores… me enseñaron a ver… me enseñaron a volar. Y lo mejor de todo es que volaron conmigo, nadie me puso un collar al cuello, nadie quiso encerrarme, me querían libre, suelto. Y volar conmigo, observarme, llegar cerca de la troposfera y caer en picado para sentir todo el aire fresco. Y caer a salvo en el mejor nido. El de sentirse en casa. El de sentirse vivo. El de sentirse querido sin motivo. El de querer ver los 28 días de movimiento de la Luna sin nada más. El de querer.

Los acuarios más bonitos tienen siempre plantados Sagittarias en sus suelos.

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