Otra noche más me dormí hasta gastar la última gota de energía. Una vez más.
Otra vez se me olvidó respirar en la primera cosa al despertar. Una vez más.
Otra vez he puesto el piloto automático y alguien conducía por mi a pesar del peligro que pueda causar. Una vez más.
Una vez más estallé. Mi detonador único, mi compañera de viaje. Siempre está ahí y no sé por qué la elegí. Pero fui yo quien decidió escucharla. Y exploté con simples palabras. Palabras precisas, exactas. Las que necesitaba escuchar o las que duele por la verdad que llevan dentro. Gritar no sirvió, cantar no sanó y respirar no ayudó. Pero levantar la cabeza cambió de tema. Azul oscuro de información. Mismo inicio, distintas direcciones.
Cambio de rumbo, olvido lo que tengo que hacer. No lo quiero hacer. Nuevo plan, nueva aventura. Avisar, recoger y reír. Más simple y agradable. Es el plan perfecto. Que le den a todo, es lo que quiero hacer. Rumbo a ello, a cuarta parte del camino, freno en esta locura transitoria. Desvío, rotonda y zona de descanso. Recupero visibilidad de la borrosidad temporal. Este juego no es de single player aunque tenga más sentido en otro idioma. Hay que dar la vuelta.
No puedo hacer lo que me apetezca. Sobre todo si mi intención afecta o necesita de reciprocidad. Puedo llegar y ni siquiera descender a tierra. Los sueños se ven muy bien desde las alturas y el suelo se ve cada vez más duro cuanto más sueño. No soy arquitecto ni físico pero entiendo de materiales y de caídas. Puede que eso signifique todo: sé de mucho pero no aprendo.
Hubo un tiempo en el que aprendía cada día, a cada momento. No como quiere este sistema educativo, a base de fuerza, sino con ganas y esfuerzo. ¿A quién pretendo engañar? Lo hacía con la mayor ilusión del mundo, sin esfuerzos, sin quejarme. Me encantaba. Me encantaba que quería aprender y sabía que aprendería por el resto de mi vida.
Piensas en frio las cosas, supongo por el viento helado que ahora lucha por meterse dentro de mi ropa. Sabes que haces las cosas bien pero no ese bien que tú crees justo, sino el cordial, el que tanto odias. Y te odias por ser tan bueno, tan inocente, tan globo de agua que tienes ganas de estrellar contra cualquier cosa. Porque tienes ideas interesantes, ideas que gritarían de brujería y locura por cientos de personas pero una persona aplaudiría y saltaría por ello. Sólo por el simple hecho de que alguien se gire y observe.
A lo mejor deliro porque mi garganta está fallando. Apenas puedo hablar y mis cuerdas vocales son frotadas por el viento que está más dañándolas que aliviándolas. Supongo que es hora de volver a casa e intentar descansar. Si ya he perdido la cabeza, es mejor no perder la integridad física. Habrá que regresar para esperar a que salga el sol y que comience de nuevo el día.
Seguro que en ese nuevo día, este puerto tiene más vida.