Canciones [6 de 7]: La calle de los árboles alegres.

photo: ame.

Dicen que las mentes más locas se confirman cuando más calladas están, ya que no les hará falta hablar para saber que han perdido cualquier pauta de estabilidad. Dicen o digo. Hay brillos en los ojos que pasan completamente desapercibidos hasta que llega la ocasión más tenue, preparados para brillar por la intermitencia de cualquier luz. Sabes que viene algo espontáneo cuando está a punto de estallar. Sabes o sé. Comentan las voces que hay personas que se graban a si mismo hablando sin parar durante casi dos horas para luego volver a escucharse una y otra vez para psicoanalizarse a sí mismo. Comentan o confirmo.

He llegado a sentir que la fuerza no me acompaña a los niveles que necesito. Tanto mental como físicamente, estoy perdiendo. Hay momentos en los que me encuentro revitalizado, pero siempre llega el momento en el que pierdo esa adrenalina artificial. Ese algo que me hace fuerte desaparece cuan nube en el cielo que proporciona agua a aquellos huertos secos y aparece el Sol para deshacer cualquier esfuerzo hecho. No puedo pedir vivir al cien por ciento que, por cierto, es imposible. No lo digo yo, lo dice la biología del cuerpo humano. O eso creo.

Mi conclusión final es que mi mente no da para más… que llevo aquí horas escribiendo sin pensar, sólo soltando todo el revuelto de palabras que pueda para esconder lo que quiero decir o ni siquiera eso porque ya no me acuerdo por qué estaba escribiendo ese “porque”. La verdad es que no me da para pensar más. Ha llegado el punto de que un pensamiento más romperá la vasija que tan bien ha aguantado todo el tiempo. Completamente cierto. Digamos que me duele la cabeza de lo intenso que puede llegar a ser este periodo de búsqueda del caos. No por este momento, no por un mal día. Un constante devenir de golpes psicológicos. Si fuera tan bueno estudiando, hablando o escribiendo…

No sé si es por la enfermedad que atormenta en este tiempo otoñal o porque estoy falto de vivir algo a parte de la cama en la que me incrusto. Pero noto la suavidad de la que tanto me han hablado. Y me siento extraño a la par que tímido en mi propio roce. El dolor de mis dedos escribiendo esto con el suave tacto con el que nunca he jugado conmigo mismo hace que valga la pena, ya que lloraré más tarde haber escrito esto con un dolor que no cesara fácilmente. Y duele hasta corregir una leve falta de ortografía… pero hay cosas que duelen mal. Mis manos. Mis manos quieren jugar consigo mismas. Y a cada roce lento, recorre un electrificante sentido hacia mis ojos, que quieren llorar. No sé si es por el confinamiento que estoy dejándome la piel por no vivir más allá de estas paredes, algo me ha hecho perder defensas y estoy pensando que, he sido yo mismo el que quería estar así. Involuntariamente. Juego con las manos, froto una contra otra, agarro fuerte y retiro lento… y mi piel siente todo. Es un dolor masoquistamente hablando. Duele y gusta. No veo con claridad estas palabras, no veo ni siquiera si estoy escribiendo bien. He dejado de prestar atención a todo…

Disfruto en mi soledad con la mirada perdida, con el pensamiento elevado a un plano no físico… y no me sirve de nada. De nada, digo. Porque vuelvo a la realidad y me cabreo por la pérdida de lo que he hecho hasta ahora. Por no entender qué ha pasado en la historia que me contaba el cálido haz de luz que emite donde escribo estas palabras muertas, sin sentido. He perdido el brillo. Esto no será tan fácil como desplegar un panel de notificaciones y deslizar a la derecha. No será tan fácil, no. Pero… ¿por qué es tan fácil ver las imperfecciones de mis manos en estos instantes? Hago punto y aparte a esto… Otra vez me he desvanecido mirando al infinito. Doliendo todo, voy a recostarme otra vez contra este suelo de barro…

Necesito descansar.

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