Intercambio de visiones.

Estoy harto de esta vida de falsas esperanzas. ¿Crees que conseguirás algo? ¿Crees que fallarás lo que te propones? Todo falso. Ya está decidido. A mí no me engañarán más. Estoy harto que digan que si lucho, conseguiré algo que ya está escrito. Que no porque luche más o porque quiera menos, pasará la parte más positiva o la más negativa, está todo omitido.

Tus acciones no son voluntarias, son indirectas que le das a la historia para que creas que tú controlas todo. Aquí no hay ni camello, ni león ni niño. El libro te ha atrapado y no podrás tener más imaginación que la de debajo del agua de la ducha. Esto es el fin. Es como un negocio ya vendido, en el que no puedes decidir normas ni derechos. Las fantasías seguirán siendo fantasías y la vida seguirá siendo un juego. Un juego que juega con nosotros cada día, a cada instante.

Nadie puede salvarnos o eso es la historia real que vivimos. Todo está atado al cosmos y al caos de una teoría que todo el mundo sabe, pero nadie acierta. No sirve de nada vivir en constante alerta, vigilando cada concepto emergente. Ya todo son amenazas constantes… Amenazas que vuelan directamente a la cara… Que se disfrutan… No tomando parte de la conducción. Únicas e irrepetibles. Amenazas incontrolables…

Todo está en cambiar el proceso.

Y es que lo que más disfruté en la amenaza de la llegada era el baile de directrices que se seguía: el baile, para que no te pierdas, se basaba en lo siguiente:

Primero se giraba la cabeza de lado a lado o los ojos si eres más disimulado, buscando siluetas a contra luz para ver si conseguías vislumbrar algo entre tantos puntos. Había gente más lista o más juguetona que inventaba pasos, escondiéndose entre máquinas o esquinas, jugando al escondite como si fueran niños esperando a la llegada.

Lo más importante era la sonrisa en el primer cruce de miradas. Siempre llevaba la sonrisa, ya sea tímida, juguetona o de ‘lo sabía’. Maravilloso cual gaviota saliendo del puerto en aquel atardecer, despacio, lento, pero despegando.

El juego había comenzado, ahora si había compenetración de gestos contrarios. Uno a la izquierda, otro a la derecha. Vista al suelo, otro al aire. Pero el mismo gesto, mismo movimiento, brazos bien abiertos.

Es el momento que Tchaikovsky quería transmitir, como los cisnes, grácilmente se unen los dos cuerpos, con fuerza y determinación, el baile acababa y el silencio crecía. Era el momento de abrir los sentidos, pesados, olvidados, apenas usados. Ya sabes motivo y duda, ahora tocaba entrar de lleno al mundo real no visible.

Sentir el peso que hay dentro, olvidando lo físico que era prácticamente invisible… El peso de los “por fin”, “joder” y “ya era hora”. Más fuerte que la gravedad, más creíble que los libros de ficción. El punto álgido en un plano inmovible. La tranquilidad y el silencio que se crea alrededor, el tiempo desacelerado para crear más tensión y la pérdida de la realidad es el paso final. El lugar se convierte en una plaza y el abrazo en su estatua central. Todo el mundo pasea y hay alguno que se inspira en la representación.

Todo en un simple baile.

Baile que existe en diferentes sitios, diferentes momentos. Pero no en el mismo sentimiento. Hay algunos que destrozan la tradición para esperar y desesperar a una de las partes. O eso dicen. No pasa. Hay bailes que los diferencias porque ha sido completamente diferente. El baile se rompe cuando los pasos son hacia atrás. Ahí se ve quién puede seguir los pasos o quien dejaría sus zapatos por siempre en el último paso. Y es que hay veces en los que prefieres agarrarte bien fuerte a tu acompañante y no dejarle escapar. A veces, es tu acompañante el que necesita un descanso apoyado en ti y te lo demuestra haciendo fuerza de más; otras veces solo es dejarte caer en cualquier sitio mullido.

Con lo que nosotros hemos sido.

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