Sólo eso.

Espera. Ese juego al que nadie quiere jugar nunca. Pero tenemos que hacerlo. Debemos hacerlo. Y lo peor de hacerlo no es que no tengamos ganas, sino que ganamos y perdemos muchas cosas. Pero queremos hacerlo, necesitamos hacerlo. Son nuestras ganas de sufrir por sufrir, de buscar la felicidad en el dolor, en eso que llamamos espera.

Siempre me preguntaré por qué no lo hice, de por qué no quise jugar al juego que me propusiste, ese que lleva buscando durante mucho tiempo, ¿buscando? Esperando. Y lo llamo juego por no llamarlo sueño efímero. Las ideas estaban en el aire, pero ninguno de los dos subimos juntarlas.

Y lo peor de todo es que, no es que no quisiera jugar al juego, es que ni siquiera tuve tiempo, no tuve oportunidad alguna. Cada uno sabe las reglas que se propone pero no puedo saber las reglas que se proponen otros, las barreras que ya tienen predefinidas antes de salir de casa. Puede que ni siquiera supiéramos lo que queríamos. Sólo eran juegos.

O eso creías.

Pero eso jamás se sabrá o se querrá conocer la verdad, porque ni siquiera sabíamos que estábamos jugando, sólo éramos dos personas que hablaban por hablar, por hacernos compañía, por perder la soledad por un momento.

Y ahora sólo me queda recordar tu aroma, tus besos en la mejilla, tus miradas de reojo o tus abrazos infinitos. Puede que no los necesite, que sólo me queden de recuerdo para ser feliz en algún instante que me haga falta.

Y lo peor de todo es que hay dos mundos de diferencia entre nosotros. Es lo que tiene que ocurrir, tiene que ser normal, es lo que necesitamos.

Tengo que despedirme de ti, soledad. Sólo eso.

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