¿Alguna vez has sentido, bajo el agua de la ducha más caliente, el tacto al comprobar que tu piel se ha erizado tan fuerte que ni siquiera se ha dado cuenta que estás cubierto del agua? ¿Que pasas la mano una y otra vez pero sigue tan erizada que no se pasa? ¿Que notas cada uno de los componentes que forman tu vello corporal y notas todas las gotas a la vez? ¿De encoger todo tu cuerpo porque es una sensación tan frágil y tan difícil de conseguir que quieres disfrutar del momento? ¿Y de ese pequeño descuido de enamorarte por tu piel en ese estado que has olvidado el por qué de este suceso y se ha desvanecido? ¿Si? ¿No?
¡Qué más da! Lo importante aquí soy yo, que lo he vivido, que lo he sentido y he llorado cuando ha desaparecido.
No sé en qué pienso, qué hago o qué disfruto. Ahora mismo muero en su aroma. Ese que, a pesar del viento que encoge mi cuerpo, no se va. Supongo que una vez no ha sido suficiente, que he necesitado una segunda ración. Y a por una tercera. Y a por una cuarta. Y a por una quinta. Y a todas las posibles.
Creo que cada vez que te veo, recuerdo todas las palabras, todos los momentos, todos los roces de miradas… ¿Por qué no puede ser así todos los malditos días de mi vida? O más de vez en cuando, JODER. Quiero tenerte a cada segundo, sigo borracho de la última vez que me dijiste que querías estar a mi lado. O, al menos, eso quise escuchar. Eso escuché. ¿Por qué no pasó? No lo sé. ¿Qué soñaré contigo, quimera? Si. Siempre. Y lo demuestra cada sueño en el que sales. No pienses que eres una segunda mano en mi vida. Jamás… Nos separamos peligrosamente y, al menos yo, lo estoy pagando. Puede que ya no te acuerdes, de esas magníficas tardes, noches y días que estaba a tu vera. A la sombra, esa que dabas a 1 centímetro, un metro, un kilómetro, una distancia completa, daba igual. Sigues alzándote como un rayo de sol en el firmamento. Es verte y me crece la sonrisa hasta tu pelo. Larga y amplia. Querría estar en tu pelo, pertenecer a él.
Fallé. Me merezco sufrir, quimera mía. Por favor. No sé ni lo que quiero pensar. Ni pedirte. Tu olor ya me ha nublado de nuevo. Otra vez, otra maldita vez… Estoy perdido en tu vida. Pendiente de ti. Y lo peor es que te olvido porque todavía no hemos cerrado el trato, ¿verdad, quimera mía? Algo que nunca pasará. No sé por qué vivo en carreteras antiguas cuando podría vivir en autovías ya preparadas. Supongo que me gusta el riesgo, supongo que nunca sé cómo reaccionar. Supongo que nunca supe cómo acabar el bordado. Supongo que no llegué a amarrar en el muelle. El barco se fue y se hundió. O eso pienso, o eso no quiero creer.
Es el problema de los inocentes: tontos hasta el final. Y si llega el final, el tonto se va. Y el tonto es el que sueña y luego llora. Y es que el tonto, hasta que no aprende, sufre en constante armonía. Arriba y abajo. Sufre y sueña. Sufre y suena. Sufre y muere. Algún día el tonto… ¿aprenderá? Lo dudo.
Píntame en la piel, cántame al oído, escribe en mi corazón, diseña mi mente, controla mi cuerpo, monta a mi espalda, fabrica mis pasos. Pero haz tu arte, yo seré lienzo libre de pensamiento. Poséeme como obra, cómprame con palabras llenas de vida. Haz lo que quieras, corazón. Pero déjame vivir en tu caparazón.
Estamos destinados, pequeña quimera. Tú siempre serás mi sueño y yo siempre seré una persona más.