Limbo.

O perdido en un algo que ni sé explicar.

Llevo ya mucho tiempo en un estado apatía perpetua. Ni lo bueno ni lo malo alegra. Ni para uno ni para otros. Es algo que jamás experimenté durante tanto tiempo, que en una línea temporal de mi mente no tiene cabida. Supongo que los reinados siempre acaban, ya sea por muerte o jubilación. Muchos años en el trono, alguien tenía que bajar de la cúspide.

Estados alterados que nos ofenden, no por insulto, sino por quedarse tanto tiempo en el sofá. Si al menos limpiara algo del alma, no sería tan estorbo. Las raíces hacen fuerte al árbol más leve, cuasi hercúleo. Pero los niños viven de los sueños y no hay más que no llegue por el tiempo. No hay menos que llegue por altura.

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Los cinco grandes pilares de Roma.

Desde que llegué a ese lugar, no sé cómo no he podido recopilar información acerca de cómo se movía este inmenso imperio. Podría esperar miles de horas sentado en los sitios clave y jamás sería capaz de descifrar el misterio que rompe mis noches en vela y que los baños más largos no limpian de mi piel todo el centro al que me dirijo.

Señor, le juro que sé hacer mi trabajo, sé cómo realizar la tarea que me encomendó, pero este es un caso especial, único e irrepetible. Podré hablar de todo lo que viví y no llegaría a plasmar todos los detalles mínimos. Hay miles de notas escritas por todos mis aposentos, carpetas llenas de sueños y momentos escritos. Todo ello guardado con sumo cuidado y con toda la información. Pero ni eso me ayudará a realizar esto adecuadamente.

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Audrey Hepburn de Nunca Jamás.

La gente no entiende o no quiere aprobar de que la amistad entre hombres y mujeres no existe si no hay un oscuro secreto detrás, tal como ‘uno busca algo más del otro’. Doy fe que esas palabras pueden ser ciertas en ciertas ocasiones. ¿Quién soy yo para afirmar completamente o para negar indudablemente? Nadie. Pero… sí tengo opinión. Claro que yo he vivido la amistad susodicha, claro que he sentido más atracción a otra persona que olvida lo que es ser buscada, o ciega en los movimientos. Pero… yo no soy un hombre, en el concepto que se quiere dar. Yo soy un ente, en un mundo de carne, huesos y líquidos. Y quiero ser un ente porque vivo de esa realidad. No quiero buscar lo que todos encuentran porque yo decido sobre mi mismo. Y cuando digo ‘no’, aquí no encontrarán a un mentiroso, encontrarán la verdad absoluta, tan cierta como lo que captan los ojos.

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Por quién replica la campana. (aka Bell.)

¿Alguna vez has sentido, bajo el agua de la ducha más caliente, el tacto al comprobar que tu piel se ha erizado tan fuerte que ni siquiera se ha dado cuenta que estás cubierto del agua? ¿Que pasas la mano una y otra vez pero sigue tan erizada que no se pasa? ¿Que notas cada uno de los componentes que forman tu vello corporal y notas todas las gotas a la vez? ¿De encoger todo tu cuerpo porque es una sensación tan frágil y tan difícil de conseguir que quieres disfrutar del momento? ¿Y de ese pequeño descuido de enamorarte por tu piel en ese estado que has olvidado el por qué de este suceso y se ha desvanecido? ¿Si? ¿No?

¡Qué más da! Lo importante aquí soy yo, que lo he vivido, que lo he sentido y he llorado cuando ha desaparecido.

No sé en qué pienso, qué hago o qué disfruto. Ahora mismo muero en su aroma. Ese que, a pesar del viento que encoge mi cuerpo, no se va. Supongo que una vez no ha sido suficiente, que he necesitado una segunda ración. Y a por una tercera. Y a por una cuarta. Y a por una quinta. Y a todas las posibles.

Creo que cada vez que te veo, recuerdo todas las palabras, todos los momentos, todos los roces de miradas… ¿Por qué no puede ser así todos los malditos días de mi vida? O más de vez en cuando, JODER. Quiero tenerte a cada segundo, sigo borracho de la última vez que me dijiste que querías estar a mi lado. O, al menos, eso quise escuchar. Eso escuché. ¿Por qué no pasó? No lo sé. ¿Qué soñaré contigo, quimera? Si. Siempre. Y lo demuestra cada sueño en el que sales. No pienses que eres una segunda mano en mi vida. Jamás… Nos separamos peligrosamente y, al menos yo, lo estoy pagando. Puede que ya no te acuerdes, de esas magníficas tardes, noches y días que estaba a tu vera. A la sombra, esa que dabas a 1 centímetro, un metro, un kilómetro, una distancia completa, daba igual. Sigues alzándote como un rayo de sol en el firmamento. Es verte y me crece la sonrisa hasta tu pelo. Larga y amplia. Querría estar en tu pelo, pertenecer a él.

Fallé. Me merezco sufrir, quimera mía. Por favor. No sé ni lo que quiero pensar. Ni pedirte. Tu olor ya me ha nublado de nuevo. Otra vez, otra maldita vez… Estoy perdido en tu vida. Pendiente de ti. Y lo peor es que te olvido porque todavía no hemos cerrado el trato, ¿verdad, quimera mía? Algo que nunca pasará. No sé por qué vivo en carreteras antiguas cuando podría vivir en autovías ya preparadas. Supongo que me gusta el riesgo, supongo que nunca sé cómo reaccionar. Supongo que nunca supe cómo acabar el bordado. Supongo que no llegué a amarrar en el muelle. El barco se fue y se hundió. O eso pienso, o eso no quiero creer.

Es el problema de los inocentes: tontos hasta el final. Y si llega el final, el tonto se va. Y el tonto es el que sueña y luego llora. Y es que el tonto, hasta que no aprende, sufre en constante armonía. Arriba y abajo. Sufre y sueña. Sufre y suena. Sufre y muere. Algún día el tonto… ¿aprenderá? Lo dudo.

Píntame en la piel, cántame al oído, escribe en mi corazón, diseña mi mente, controla mi cuerpo, monta a mi espalda, fabrica mis pasos. Pero haz tu arte, yo seré lienzo libre de pensamiento. Poséeme como obra, cómprame con palabras llenas de vida. Haz lo que quieras, corazón. Pero déjame vivir en tu caparazón.

Estamos destinados, pequeña quimera. Tú siempre serás mi sueño y yo siempre seré una persona más.

Chimeneas a medianoche.

Puedo empezar a prometer el cielo aunque no sea dueño; puedo prometer el mar aunque no tenga barco; puedo prometer la felicidad aunque sólo pueda proporcionarla y no mantenerla permanentemente; puedo prometer el silencio absoluto pero, sólo cuando esté en mi tumba, mi promesa se cumplirá; o puedo prometer enterrarme a tus pies pero seguiré viendo cómo no me muevo y te alejas poco a poco.

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Sombra.

Tengo miedo a escribir. No por ningún motivo, sólo que tengo miedo. No tengo miedo a decir algo que no sienta, algo que no se debe saber. Sólo tengo miedo a escribir con esta sensación. Nunca lo he hecho, siempre he escrito cuando estaba en diferentes situaciones, por eso escribía bien. Pero creo que debo, creo que tengo ganas de hablar con alguien. O, pensándolo mejor, puede que tenga miedo a volver a escribir después de tanto tiempo. Ni siquiera me acuerdo cuando fue la última vez. Es lo bueno de la vida, el miedo hace ganas por querer vivirla. Y me duele la cabeza, los nervios me atacan el estómago y vivo entumecido. Quizás me esté volviendo loco, aunque dicen que hablar solo estimula y mejora la concentración o solución del problema. ¿Problema? Ja. Dulce.

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Detrás del cielo azul.

Era el momento perfecto, decidí volver a ser yo por un rato. A juguetear entre las estrellas, a pasear por el camino que mostraba la Luna. Sonreía, con los ojos cerrados, caminaba por un camino tranquilo, dibujado sólo por mis pasos y marcando a sonrisas las líneas de la vía. Agitaba la cabeza, pensaba aire, no palabras. Llegaba a quedarme en blanco platino, produciendo sombras en la imaginación, esperando el ritmo que querían que compusiera. Y nunca las dejaría huérfanas, mis deseos tomaron forma. Saltando a compás de las notas que sonaban en mi cabeza, intentaba dibujar todos mis sueños, amontonados de la espera del momento. Apareció una casa en el camino, tranquila y sumisa esperando a que alguien la visitara. Sin perder el compás, entré al recibidor, tocando en la puerta.

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