Hoy, ayer o mañana.

No recuerdo el día. ¿Hace falta?
Suena ‘Time’ de Pink Floyd. ¿Hace falta?
Son casi las dos de la mañana. ¿Hace falta?
Explicaciones inexplicables en tiempos inmarcables. ¿Hace falta?

Hoy recorrí mentalmente aquellos caminos en los que se olvidaba nuestra naturaleza y nos convertíamos en chiquillos. Sin nada que ocultar, salvo nuestra propia ilusión. Sin nada que ofrecer, salvo el uno al otro en la más oscura tarde de otoño. Y nos gustaba perder nuestra educación si nos agarrábamos de la mano. Juntos, sin miedo o, al menos, compartido pero sin ser mostrado. Andando por sitios peligrosos, o eso decían por delante nuestra… nunca vimos el peligro salvo nuestra maldad incluida en la mirada. Buscábamos un refugio, un sitio donde nadie nos conociera, a pesar de estar a miles de kilómetros de nuestras casas. A pesar de no tener que escondernos por lo que pudieran decir, nadie podría poner nombre a nuestra causa.

Pero nos gustaba ser lo que todo el mundo prohíbe. Nos gustaba correr de la lluvia, a resguardarse debajo de árboles que no cubría nada más que la luz. A buscar la piel en el más profundo otoño frío, donde las capas de ropa eran muchas pero efímeras a la hora de que nuestras sonrisas se encontraban, o nuestra mirada nos penetraba, o nuestro aliento se cruzaba. Era una carrera en la que no había prisa, salvo por nuestro ansia de competir uno con otro. Era como una piscina en la que no había limites, lo llamábamos ‘mar’ pero siempre encontrábamos la esquina donde parar. Irracional, hermoso y picardia en cualquier momento donde un madero reflotaba. Era nuestro punto de apoyo. Era la forma en la que no salvábamos del abismo, o eso imaginábamos que había en aquel sendero oscuro. Puede que la colina que recorríamos gracias a mi divina boca, nos dejara en tal punto tan alto que el oxígeno llegó a mi cerebro de forma maliciosa.

Pero sólo una vez, una sola y única vez, bajamos de la oscuridad para encontrar el sitio blanco donde nadie podía estar, donde nadie podía ver y donde nadie podía escuchar. Tú dijiste lo mejor que podías decir, o por lo menos fue lo que más quería escuchar mi corazón. ¿Tú disfrutando de mi? ¿Tú sintiendo lo mejor que podías vivir en ese momento? ¿Yo no olvidando todas las palabras grabadas a fuego en mi corazón? Digamos que si a todo. ¿Hace falta? Ni si, ni no. Ahí está. ¿Y si mi cara ejerce de verdugo? Me colgarían. Sonrío. Y no recta, sino hacia un lado. Eso quiere decir que disfruto pensando, pero escribo mintiendo. Es bonito, ¿no? Mirar y saber la verdad, escuchar y saber la mentira. Una imagen vale más que mil palabras. Dicen. Va a ser verdad. Que mi sonrisa sea dibujada, que llegue el verdugo, que me corten la cabeza, que sea el día en el que no dije la verdad, por fin, después de tanto tiempo.

Y ser un mentiroso… ¿Hace falta?

Deja un comentario