Chimeneas a medianoche.

Puedo empezar a prometer el cielo aunque no sea dueño; puedo prometer el mar aunque no tenga barco; puedo prometer la felicidad aunque sólo pueda proporcionarla y no mantenerla permanentemente; puedo prometer el silencio absoluto pero, sólo cuando esté en mi tumba, mi promesa se cumplirá; o puedo prometer enterrarme a tus pies pero seguiré viendo cómo no me muevo y te alejas poco a poco.

Y el problema es que nadie entenderá éstas palabras, todo el mundo verá su problema reflejado en este texto hacia mi persona. Muchas personas se alejaran, otras se asustaran, otras simplemente ni lo pensarán. Yo no escribo para hacer reflexionar, yo no escribo para que pueda sentirme bien, yo escribo para reflejar constancia de que soy humano, de que pienso, veo y siento cosas directas o indirectas hacia mi persona. Problemas propios o ajenos no es mi concepto. El mio se llama sentir. Recoger y sembrar. Por eso, cuando noto un problema real, yo recojo esos sentimientos y los plasmo en un papel de la forma en la que más amo, en la que más deseo que se lea. En la que mi cabeza me permite. Parece que un escritor puede escribir sobre magia y no lo llaman loco. Yo escribo de sentimientos y me llaman asesino sin el cadáver descubierto.

Y es que no busco la fama, no busco la victoria y no busco la aceptación. No busco nada. Sólo practico con las palabras. Sólo eso. Claro que puedo hablar sobre mis problemas, claro que puedo decir que anhelo una piel que nunca he probado, claro que puedo decir que el fracaso ha sido mi culpa, claro que puedo decir que el mundo que me rodea no me aprecia porque no les he dado oportunidad, puedo decir cientos de cosas que no vienen al caso. Porque no busco alimentar vuestro eso, sino liberar un pensamiento libre, sin que me quieran encerrar en una jaula por siempre. Una trampa de peces que cada vez que hay oportunidad, tiran y sacan a un río según les conviene, para alimentarse de escusas que no existen pero necesitan para librarse de su culpabilidad.

No soy sordo, no soy ciego ni tampoco inmune a vuestras indirectas, destrozando cada trozo de piel no envenenada de cualquier intento por destruir a este cuerpo ya inerte, que no necesita moverse para vivir pero el vudú es lo vuestro. Clavar, hundir y repetir. A lo que ahora os aferrareis un poquito más a esta indirecta que lanzo. Pero lo bonito de todo esto es que lo escribo para el que lo necesite, para el que crea conveniente y necesario tener una escusa pre fabricada diciendo que el malo soy yo. Porque eso es lo bonito de la vida. La maldad esta afuera, así que quedémonos en casa.

No pude dormir anoche. Ni la anterior. Ni coger el sueño en estos días. Y puede que por eso no quiera susurrar. Y supongo que el mundo me enfada y lo pago con él. Y el motivo eres tú. Si, tú. Porque cuando menos te tengo, más te deseo en mis sueños. Cuanto más me lamento, más te busco despierto. Y cuando más te necesito, sólo noto el frío cristal en el que me apoyo para mirar a la calle, al cielo o a la puesta de sol, por si acaso tú también estás mirando. Sé que tienes vida, sé que no soy ni dueño ni propietario pero… ¿Qué puedo decir si un día caí preso de las ilusiones? ¿Preso? Perdón, quise decir enamorado.

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