Conversaciones profundas de bocas mudas y miradas completas

No he vuelto aquí para contar algo diferente, sino renovado. Sigo buscando entre las estrellas porque me he olvidado de tener los pies en la tierra. Ahora estoy en un punto central buscando una imagen enfocada, con detalle. Ya aprendí que vivir en automático ayuda a la estabilidad, pero no a la perpetuidad.

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Todas las estrellas que observan aquello que ya no puedo ver

Hay un momento que ocurre cada día en el que dejo todo aquello que estoy haciendo para poder respirar profundamente. Aguantar todo el aire para poder respirar y ahogarme en un pensamiento nulo, algo que no consigo entender dentro de mí. Pero está ahí, bloqueando todo, no dejándome continuar. Y ese segundo de pausa, ese maldito segundo de pausa es el que me destruye el momento. Acciones que abandono como si hubiera olvidado qué estaba haciendo, como un robot continuando a la siguiente acción.

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Limbo.

O perdido en un algo que ni sé explicar.

Llevo ya mucho tiempo en un estado apatía perpetua. Ni lo bueno ni lo malo alegra. Ni para uno ni para otros. Es algo que jamás experimenté durante tanto tiempo, que en una línea temporal de mi mente no tiene cabida. Supongo que los reinados siempre acaban, ya sea por muerte o jubilación. Muchos años en el trono, alguien tenía que bajar de la cúspide.

Estados alterados que nos ofenden, no por insulto, sino por quedarse tanto tiempo en el sofá. Si al menos limpiara algo del alma, no sería tan estorbo. Las raíces hacen fuerte al árbol más leve, cuasi hercúleo. Pero los niños viven de los sueños y no hay más que no llegue por el tiempo. No hay menos que llegue por altura.

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No es por mí, excepto por mí.

Escribiré esto tan tarde como pueda.

De nuevo en una locura. Miles de pisadas para capturar de nuevo, pero no igual, los sitios en los que me quedé y dejé de respirar por un instante. Hoy habrá luna, pero miro al suelo. Hoy habrá grandes pasacalles, pero yo voy cuando ya marcharon las emociones.

Hace tiempo que no escucho estos tonos. Canciones que repito una y otra vez sin cesar. Justo ahora mismo. Cerrando la mente e imaginando una y otra vez entrando en este momento. Veo la sombra múltiple que entraban en una noche mágica. Respirando con dificultad. Hay más ruido que de costumbre. Un día tranquilo, pero pronto vendrá la calma. Todo el mundo habla en su medida, pero la congregación calla cuando escuchan el suspiro profundo de un chico que añade la brisa que buscas en cualquier tarde de verano, dejando sin respiración al público expectante por las luces que emergerán pronto de aquellas vistas.

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Canciones [1 de 7]: Alguien me ha robado la radio del coche.

La vida no es justa. Lo mismo que no es justo que justamente escriba esto. Hubiera sido más fácil denunciarlo a las autoridades pertinentes, hubiera sido más fácil haber vigilado con más detenimiento mis propios asuntos. No podemos permitir que el mundo luche por nosotros, ni nosotros dejar de luchar por mucho que cueste. Al fin y al cabo, nuestra vida tiene que tener un propósito y nosotros debemos de ponerlo. Tan fácil como poner una ilusión al final del camino. Porque… ¿qué sería de la vida si no hay ilusión? Nada.

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Alguien en mi cabeza y no soy yo.

Si. Estoy nervioso. Tengo miedo, alegría, pánico y alivio en un mismo cuenco. No sé qué explicar o que decir para que vuelva el pulso natural de mi vida. Y, ahora mismo, estoy pensando las palabras que quiero escribir… algo que nunca había pasado en estas páginas. Era todo instintivo, era todo natural, sin pensar, crudo, raudo y veloz. Y sólo puedo mirar el horizonte de una habitación finita. Hay algo que quiere explotar, lo noto, late cada vez más fuerte. Pero quiero pensar…

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La incredulidad que no defraudó.

Estoy intentando respirar con normalidad, este frío no acompaña. Paso firme, ligero, intento no quedarme atrás porque había fuerza que me quería impedir avanzar. No había otra opción, a pesar de buscar miles de otras cosas durante toda la noche. No se me quita esto que no salía en mucho tiempo, pero de verdad, que no fuera pasajera, que no fuera simple y llanamente del momento, que me acompañara día, tarde y noche; aunque no supiera diferenciar el tiempo.

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Los tres días en los que me odié, le odié y te odié.

¿Cuántos años puede tener esta frase? No muchos, la verdad. Nunca la escribí, no tuve necesidad de ello. Ya la sabía, ya la sentía cada día. Pero esos tres días fueron especiales, en cierto modo. El odio se apoderó de mi, la falsedad se alimentó de mi. Y, por primera vez, una sonrisa que no existía se capturó en miles de fotos. Los planetas se alinearon a destrozarme de todas las formas posibles, o eso creía yo.

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