Los tres días en los que me odié, le odié y te odié.

¿Cuántos años puede tener esta frase? No muchos, la verdad. Nunca la escribí, no tuve necesidad de ello. Ya la sabía, ya la sentía cada día. Pero esos tres días fueron especiales, en cierto modo. El odio se apoderó de mi, la falsedad se alimentó de mi. Y, por primera vez, una sonrisa que no existía se capturó en miles de fotos. Los planetas se alinearon a destrozarme de todas las formas posibles, o eso creía yo.

Porque le odiaba. Así de simple. Sin saber si quiera que vivía, moría o creaba a ambos lados. Di por hecho que era mi función, era algo casi negativo en una caja que había que contar objetos. Rechacé toda canción, juro que la rechacé y no acepté. Pero aquí están todas ahora. ¿Por qué? Porque me equivoqué.

Porque te odiaba. Sin pensarlo, sin que hubiera otro mejor momento. Seguiste escribiendo números pero, esta vez a la izquierda de mi persona, a hacer desaparecer todo aquello que fuiste construyendo tan plácidamente. Sólo porque odiabas cuando menos te hacía falta. O porque no sabías lo que era. ¿Por qué? Porque me equivoqué.

Porque me odié. Porque me sentí tan alejado de tanto mundo que compré una libreta, la rellené con todo mi odio, con todo mi amor, con todos mis sueños, con canciones que quieren llorar y quieren sonreír hasta fallecer. Me impuse un castigo porque estaba solo. Eso creía yo. Creía que estaba solo de nuevo… ¿Por qué? Porque me equivoqué.

Pero… ¿por qué dedicarle tiempo a algo que caducó? Porque el odio se convirtió en amor; porque ahora mamá y papá no quieren que me aleje, porque ahora saben que siempre me han querido desde el primer momento. Dudando o no, no sé si volar del nido o acurrucarme ante los peligros.

Deja un comentario