En tu jardín de piedra.

Supongo que las palabras se olvidan con el tiempo. Que depende de la época en las que se llevan más adentro, de las que se llevan de la mano o detrás cargadas en tu espalda. Tomamos demasiado en serio las palabras que los simples hombres no saben ni pronunciar o pronuncian donde su significado no es el que deberían de mostrar. A veces, olvidamos lo frágil y erróneos que somos, bajamos la guardia y creemos en dioses que nos llevarán hasta los grandes sueños que nos prometimos alguna vez en la vida, de esos sueños que nos prometimos cuando ni siquiera sabíamos qué significaba ‘prometer’. ¿Qué queremos decir si ni siquiera dominamos nuestra propia lengua?

Vivo en la paranoia de querer encerrarte en cuarto con pestillo interior, en el que estoy allí esperando sentado, viendo como pasan sombras a través del pie de la puerta, sombras que pasan más rápido, más lento, más estáticas y más dinámicas. Todas diferentes pero todas pasan por delante de la misma puerta. Hasta que algún día, vea una sombra esperando, intentando escuchar a través de la puerta, intentando descubrir qué hay aquí conmigo. Se escucha girar el pomo lentamente, tienes toda mi atención. Nadie ha venido a visitarme desde hace mucho, sólo ardo en deseos de saber por qué y no quién. Se abre la puerta y se ve de primeras la luz que proyectaba todas esas sombras. Cuando mi vista se acostumbra a aquella luz, puedo distinguir tu figura, tu timidez y tu curiosidad. Sólo levanto la mirada, espero tu entrada. Te acercas al centro de la habitación, extiendes la mano hacia arriba y enciendes la luz. Nunca había necesitado la luz que tenía esa habitación, con el pie de la puerta era suficiente pero, cuando entraste pareció que te alimentabas de luz, que generabas luz y que creabas luz. Hasta el momento no lo entendí. Pero allí estabas, de pie, sonriendo, ladeando la cabeza y pronunciando palabras que no podía saber qué significado le dabas. Bajé la mirada y, rápidamente, me levantaste la barbilla. “… nunca más te hará falta…” creí entender, había perdido el sentido del oído, tus ojos me destrozaron los sentidos. No supe reaccionar, no supe cómo responder, no sabía nada. Me levanté de la silla, te ofrecí el asiento y, cuando accediste a sentarte, empecé a alejarme hasta la puerta. Cuando estaba a dos centímetros de la puerta, me di la vuelta y te miré allí sentada, sonriendo como si no existiera nada en el mundo que podría quitar esa expresión. Me apoyé en la puerta, cerré los ojos y pensé. Ella dijo algo como “… Ha sido demasiado pero no te preocupes, yo…”, no le dejé terminar. Me giré de nuevo a la puerta, presioné el agarre del pomo y lo solté de su enganche. Me dirigí hacia ella y se lo entregué en sus cálidas manos. Cerré sus manos con las mías y dije…

“Esta habitación sólo es un espejismo, no existe, sólo creemos que estamos prisioneros pero en realidad no existen estas paredes. La luz que nos ilumina sólo es un ejemplo de lo fácil que podemos arreglar las cosas. Y la silla sólo son lugares a los que nos dirigimos, hemos vuelto o vamos a estar por un tiempo indefinido. Quiero que tomes este pomo. Quiero darte el símil que quiero que creas de verdad, algo en lo que no te voy a mentir. La puerta es una entrada y una salida a esta habitación inexistente. La entrada es de un sólo uso y la salida es algo de lo que puedes utilizar tantas veces como quieras pero poco a poco destruirás lo que tengas detrás cuando la cruces. No me hace falta el pomo, no voy a salir tan fácilmente como quieras creer o pensar, no voy a ninguna parte pero tampoco puedo hacer de esta prisión para tu cabeza. Yo sólo puedo cuidarte, sólo puedo quererte y puedo estar a tu lado siempre pero lo que no quiero es que sufras cuando no quieres pertenecer a este sitio. No lo tires, no lo pierdas, sólo guárdalo. Tú sabrás qué hacer cuando llegue el momento.”

Y sólo vi una amplia sonrisa y tu mirada buscando mis ojos.

Palabras que significan una cosa pero para otros significan todo, nada o lo contrario. Huimos de las palabras, corremos hacia ellas, nos hundimos o nadamos hasta salir a la orilla. Y nosotros como humanos ¿qué le vamos a hacer si nos gustan que nos hablen, nos embauquen y que nos cuiden como perros perdidos, destinados a vivir el mismo error de forma diferente? Y buscamos todos los errores, que no nos falte ninguno, que somos coleccionistas de los masoquismos que nos pueden ofrecer en esta vida. ¿Y lo bonito qué es ser feliz y llorar por dentro?