El monstruo que hay en mi.

Piensas que, vienes y ya vives, respiras y no piensas, pero siempre vuelves al mismo sitio, a respirar el aire más puro pero tus ojos no lo ven, no descubren lo nocivo que es ese ambiente. A veces, sabemos que lo más perjudicial es el lugar donde pertenecemos, donde decidimos involuntariamente estar por activa y por pasiva. Y si se nos prohíben, haremos todo lo posible por crear en nuestra mente un lugar igual, una burbuja imbatible, una biosfera perfecta para nosotros y una enfermedad para otros.

Pero… ¿Qué podemos hacer…? Nosotros no hemos elegido que florezca esta rosa. Ella echa raíces con sus espinas ansiosas por piel, sangre y salud. Se enreda, se clava y nos mortifica. Pero nos inyecta la cura, la pasividad, la tranquilidad de que estamos bien. No lo mejor pero es una forma de vivir. ¿Y cómo podemos pensar de que nuestra propia autodestrucción es nuestra propia autosanación? No se puede entender.

Aunque nos siga consumiendo y nunca podamos verlo. Es la maravilla de un veneno lento. Nuestro propio letargo personalizado. Nosotros elegimos el estado, las condiciones pero no de quién seremos presa, de qué jardín haremos presencia. Nunca lo pediremos, nunca lo rechazaremos. ¿Por qué? Porque somos así de especiales, únicos e invariables. Nunca, nunca, nunca. Palabra inmortal, inamovible. Jamás, jamás y jamás de los jamases existentes podrá cambiar nuestro error de vida. ¿Dije error? Es como vivimos, en un gran y profundo error de consciencia.