Ventanas (ya) cerradas.

Reconforta el suave y frío tacto de la pared en la que estoy apoyado, sentado en el suelo y tapando mi vista con todas las partes de mi cuerpo. ¿A quién pretendo engañar? Es lo mismo que aplicar agua en la quemadura. Sigue estando ahí. No es que me importe, no es que lo quiera. Pero siempre es mejorable al intentar respirar nuestra propia piel. Ahí, en silencio, lo más junto posible, pudiendo oler nuestro aroma, la verdadera esencia. Puede que no sea lo mejor para hacer, puede que no sea la mejor forma de buscar luz… pero es nuestra forma propia de llevar las cosas.

Siempre he pensado que la pared está más cálida que de costumbre. Por toda la humedad que contiene, siempre han estado heladas. Pero si quieres estar con ellas, notas la calidez que siempre guardaron. Creo que allí es donde dejé lo que pensaba. Supongo que he construido una fortaleza allí donde pintaba con bolígrafo y escribía con lápiz. Será como una cárcel donde he dejado fuera a todo lo que no quería necesitar. Pero se nota el calor al fondo de esos ladrillos, en el mismo sitio que yo, de espaldas a mi, al otro lado del muro. O mundo.

¿La misma posición? Quizás… fuera o fuese reflejo mio detrás de aquella fina pared. Maldita ventana. Tanta luz, tanta posición de vista y tanta persona que pasa y no dice nada. Es bonita tenerla cerrada, aunque sería mejor enladrillarla. Darle de su propia medicina, romper aquello por lo que fue construida. Dándole vida a la muerte. Es fácil cerrarla, al igual que abrirla. Pero… ¿somos lo suficientemente valientes para emparedarnos? Sólo es cerrar una ventana para siempre, la puerta siempre está ahí para salir. Si sólo fuéramos lo suficientemente estúpidos de recorrer el pasillo…

Anoche me asusté.