Tú lo eres.

Maldición. Otra vez lo has hecho… Un hechizo a mi mente, un conjuro a mi piel y las palabras mágicas para que mis pies quieran permanecer a tu sombra por el resto de mi existencia.

Maldición. Otra vez me he equivocado, llorando en la oscuridad de mi habitación, otra vez odiando mi propia cabeza, intentando no querer respirar para que el cerebro muera lentamente.

Maldición. Otra vez me he vuelto a quedar prendado de tu mirada. He quedado paralizado. No sé cómo evitarlo. No sé moverme. No sé andar en la dirección que quiero.

Maldición. He vuelto a maldecir. Otra vez has aparecido. ¿Tenias la necesidad de hacerlo? ¿Te calcomia la rabia por dentro? ¿Las ganas querían reventar tus fuerzas?

Maldición. Otra vez no sé lo que digo. Otra vez he recorrido las calles que no me decían nada. Otra vez buscaba la solución en las marquesinas, esas que nunca cambian, que nunca dicen nada.

Maldición. Otra vez he sido manipulado, utilizado y abandonado. Siempre he sido un pasaporte que una razón, más recurso que unión. Más muerto que vivo.

Maldición. Otra vez póquer de Ases. A cada cuál más dañino, a cada cual más hondo recorre la madera porque son los clavos de mi ataúd y no pararán hasta cerrar por completo.

Maldición. Otra vez te he echado de menos. Siempre tuviste claro que nunca quisiste pero siempre lo buscaste. Y ahora no te encuentro ya que la búsqueda no está indexada.

Maldición. Otra vez me han preguntado por ti. No me molesta, no me importa, pero yo también estoy aquí, yo también estoy sin devenir. Pero tú siempre has sido más. Tú siempre has sido tú.

Maldición. Otra vez me han dado las tantas de la noche. Quería dormir pero tu olor no me deja, a pesar de estar a años luz de mi cama y a segundos de mi ventana.

Maldición. Otra vez estás muriendo por dentro. Nadie puede hacer nada, sólo percibir el olor a putrefacción que extiende allá por donde tu sombra nace.

Maldición. Otra vez ha llegado la oscuridad a tu corazón. Has perdido el norte, confundido el sur, extraviado el este y desorientado el oeste. Tus cardenales no quieren ser ya cardinales.

Maldición. Tú lo eres.

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