Pálpito desenfrenado

Creo que no será fácil olvidar un lunes que empezó difícil, que empezó lento, que empezó cansado. Otro día que sería exactamente como otro cualquiera, que no tenía por qué ser diferente. Hasta que llegó. Llegó el momento, un momento de respiración acelerada, un momento de temor y euforia. Ahora mismo ni puedo escribirlo, me cuesta imaginar ese momento con palabras, no lo puedo describir, sólo recordar, sentir y temblar del nerviosismo. Es fácil de decir, podría explicarlo directamente pero no lo siento así, no es fácil, es magnífico y querer pensar algo mejor que todo eso. Quiero leerlo y sentir esa magia que ahora ronda por mi cabeza.

Cristales: mágicos, transparentes, protectores y reflejos. Me encontraba tras ellos, protegido de cualquier mal, protegido de la lluvia que ennegrecida por unos cielos oscuros, que guardaban el dulce sol para el momento perfecto. Tenía que salir de esos cristales, de ese mundo que me protegía y partir hacia mi próxima aventura, a mi próximo destino al que debía asistir. En mi camino estaba todo tranquilo. La música me acompañaba, escalera a escalera, mis manos protegidas con guantes, mi garganta guardada por mi guardacuellos ligero y un camino largo, tan largo que no me esperaba tener que parar, que tener que dar un respiro. Como siempre, cuello bajo, sintiendo la música, reconociendo caras, haciendo leves gestos a compañeros, a amigos, a conocidos. Pero todavía quedaba camino o eso creía. Última protección cristalina… Era el último paso que me retrasaría mi paso y ahí… ahí fue donde mi corazón paró lentamente, lo noté, estaba latiendo lentamente, respiré hondo y una leve sonrisa se mostró en mi rostro antes de cruzarlo. Respiré, miré una última vez al suelo y salí sonriente al terreno libre. Y ahí, entre la multitud, estabas tú. Te percataste de mi existencia y no me dejaste continuar. Y eso fue, para mi, un regalo magnifico. El cielo se abrió cuando su sonrisa lució tal telón abriéndose en un teatro, con todos los espectadores impacientes. Yo ya no era yo, se apoderó el niño que había en mi, estaba nervioso y no sabía ni siquiera de qué. Tú, yo, algo que no debería ponerme atacado, nervioso, tembloroso, estados que no me gustaría sentir pero lo deseaba, como cualquier masoquista sumiso, quería estar en tu poder. Pensaba, ¿qué digo? ¿qué hago? Por supuesto,  presenté mis distinguidos saludos a su persona, quería parecer normal, aunque por dentro estaba desaparecido, intentando huir. Percibí su aroma, leve, intenso, notas de música que le rodeaban. Fue algo instantáneo, no quería tener que irme. Quería seguir allí. Conversaciones entre tú y yo son pocas y me gustaría que fueran eternas, demasiado estúpido de mi parte, debería hacerlo… Y quiero… Maldita vergüenza. No podía parar de mirarte, sería también de mi parte de mala educación quitar la mirada pero había algo que me hipnotizaba. Tu rostro, tu elegancia, tu forma de ladear un poquito la cabeza hacia la derecha y esa sonrisa permanente, que cada vez que se formaba era un suspiro de aire fresco, de sentir algo fuerte, algo mágico… Era sentido, me encantaba, me encanta. Y no podía, no sabía por qué mis pies querían correr, huir, desaparecer. Los nervios se apoderaron de mi. Forcé la despedida, tenía que marcharme, tenía cosas que hacer pero mi cabeza nunca te quitaba la vista, no quería. Tu sonrisa, tu forma de mirarme fijamente… Quería seguir ahí, conocerte completamente, llegar a saber lo que piensas. Avanzo, sin miedo, me despido, mi gestos, mi cara permanecía feliz, quería dejarte ver que me ha alegrado volverte a ver. Antes de partir, tu leve gesto, tu mano tocándome el brazo en forma de gesto de sentimiento me dio un golpe en los pulmones, no podía respirar. ¡Nervios! ¿por qué a mi? Nuestras miradas se cruzaron por última vez y continuamos nuestros caminos en direcciones opuestas. Y lo único que hice fue seguir adelante y frotarme la cabeza con las dos manos varias veces, soplando fuerte, respirando lo poco que podía. No podía ni mirar atrás. Los nervios me apoderaban. Y siguieron durante todo el día. Sonrisas tontas todo el día. Sentimientos que me elevaban al cielo más alto jamás imaginable… Era increíble como cambiaste el día… Lo creé yo y tú lo poseíste, modificaste y alzaste.

Cualquier mente inexperta puede decir que estoy enamorado, cegado por esa persona. Al contrario, mi querida mente juventud. No digo que no me guste, al contrario, me encanta pero no busco contacto, sólo tengo ganas inmensas de conocerla completamente. Saber qué piensa, que le mueve y qué siente. Quiero saber que hay dentro de esa gran persona. Quiero otro pálpito desenfrenado.