Allí estaba yo, sentado, observando, sin pestañear ni un sólo instante. Estaba eclipsado por su brillo. Brillaba encima del escenario, sin apenas decir nada. Allí arriba permanecía, sonriendo, sin perder ni un momento la compostura. Sólo miraba y yo sólo observaba. Y me sentía observado. Todo el mundo me miraba, sabían que yo no era normal, que quería verla y poseerla, que mis motivos no eran normales, que mis motivos querían llevarla lejos. Y motivos no les faltaban a los observadores. Al que le faltaban era a mi. No sabía que estaban ocultos esos sentimientos, yo sólo observaba, nunca fui con la intención de llevarla a una torre lejana. Pero me di cuenta de que ella era diferente, que daba señales que yo sólo podía percibir. Nunca lo hizo con su consentimiento, tal vez un día, dos, pero no en ese momento. Yo sólo… estaba… perdido.
Nunca y siempre quise estar allí. Desde un principio, siempre quise porque se me acogió, se me abrazó y nunca me dijo de irme, siempre ‘quédate’. Y por eso, siempre me recordaré por qué lo rechacé un día, por qué me alejé sin más, por qué no seguí lo que quería. Porque pasó el tiempo. Porque todo parecía normal pero era todo lo contrario. Tú ya surcabas por los aires, yo aún seguía en mi lago. Te observaba, pensaba que algún día conectáramos de la forma en la que los dos deseábamos. Pero todo se perdió. No tenías la culpa, no podías esperar a que el pez pudiera salir del agua. Y nunca te lo pedí, jamás. Y ese fue el problema, nunca dije nada. Nos quedamos observándonos el uno al otro hasta que un día cerramos los ojos y no estábamos en el mismo sitio. Ya habían venido a por nosotros.
Y ahora, sólo me queda sonreír. ¿Algún día volveremos a los tiempos en los que tú reías, yo decía barbaridades y sólo tenías palabras para gritar mi nombre en forma de advertencia pero, en realidad, quería decir ‘sigue’? Puede que algún día pudiera pasar pero… puede que sea demasiado tarde. Tuve yo la culpa de perderme en mis pensamientos, de perderme con cualquier corriente y no seguir mirando al cielo. Y eso es en lo que sigo. Ahora me pierdo en tus recuerdos, ahora sólo me cautiva los recuerdos que tengo tuyos. Me pierdo cuando escucho tu voz, me pierdo cuando te veo en movimiento y me pierdo cuando ahora sólo puedo soñar con mi guitarra en la mano.
Y allí terminaste, en tu escenario, con cientos de personas aplaudiendo. No habías hecho nada, no impresionaste a nadie pero a todos nos llegó al alma tu mirada, tu sonrisa y tu corazón. Yo sólo podía aplaudir pero en realidad salí corriendo…