La respuesta que nunca sabrás.

Puedes preguntar todas las veces que quieras, puede intentar razonar el por qué de las cosas pero nunca sabrás cuál debió de ser el motivo de verdad, la razón que pasaba por mi cabeza. El por qué de no salir de allí y quedarme. De mirar atrás un segundo, comprender y darme cuenta de que tuve razón. Y feliz mirando adelante, mientras el grupo tocaba su última canción. Ya sabía que todo era con pies de cemento, ya sabía que no quería más. Era el momento de partir. No fue una confesión aquello, fue el epílogo de mi discurso. Fueron las últimas palabras para cerrar el libro definitivamente.

¿Qué pasó para que decidiera cerrar el libro? Que sabía que seguía vivo, que había libros en mi estantería, que podía escribir nuevos libros, que mi tinta no se había secado y mi papel tenía sed. ¿Por qué hice aquello? Porque lo sentía de verdad, porque las emociones que me influyeron eran verdaderas. Porque entendían lo que me cantaban. Porque sabía que el final era búsqueda y destrucción. Porque era sólo una novela de tiempos de guerra, todo era disparos, cañones y gritos de auxilio.

Lo más razonable, lo más sincero de mi salió allí  y murió allí, en ese campo de batalla. Fue cuando decidí tirarme al suelo y dejar que mi alma dejara su parte terrenal, mi cuerpo casi mutilado y volar a otra historia. Y lo hice. Y allí mismo lo supe. Y tú ni siquiera te diste cuenta… a pesar de que ya te habías especializado en ello, que lo sabías todo, que sabías leer el libro, que sabías todos los textos de memoria. Puede que te fallara. Que no supieras leer este idioma. Puede que yo fuera el responsable pero tú fuiste el cómplice. Y no hay piedad para el cómplice tampoco.

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