Es imposible no contarlo. [+18]

ATENCIÓN: Si eres menor de edad, te aconsejo no leer esto, ya que podría darte una mala definición de lo que son los actos sexuales, debes de saber que esto lo tienes que leer bajo tu responsabilidad y no realizar o intentar estas cosas a tu edad. Espera a alguien especial. 🙂

———————————————————————————–

Es imposible no contarlo. Era un día normal entre semana, me disponía a estudiar un tiempo antes de almorzar, por aprovechar el tiempo. Todo transcurría normal, era una mañana tranquila, soleada, las cortinas se balanceaban lentamente con una pequeña brisa que entraba de vez en cuando, que daba un fresco olor a un futuro verano. En un momento de motivación a no estudiar. Me fijé, al fondo de la mesa, cómo brillaba cada dos segundos la luz de notificación del móvil. Había recibido un mensaje. Como mi motivación por no estudiar iba en aumento, estiré el brazo para alcanzar el dispositivo y ver quien me daba la excusa perfecta para no estudiar. Era Dulce. Una gran amiga, una gran compañera de confidencias. Pensaba no contestar, no le di mucha importancia, no podía dedicar mucha atención a otras cosas. Insistió. Abrí los mensajes y empecé a leer.
“Hola enano!!”, “Estás en casa??”, “Es que estoy cerca de tu piso y veo la ventana abierta”, “veeeenga, hazme caso” y “:)” fueron los mensajes. Al verme conectado, seguía insistiendo, por lo que salí por la ventana para comprobar si era verdad. Era ella. Allí estaba, con su maravillosa sonrisa, vociferando cosas malsonantes y obscenas para que le dejara entrar y callarse de una vez por todas. Mi motivación iba en aumento: que le den a los estudios.

-¿Me dejas subir o estás ocupado?
-Sube y cállate ya. Van a pensar los vecinos que estoy más loco de lo que ya piensan.

Comenzó a reír y pronunció “no se puede estar más loco que tú” y se dirigió a la puerta. Entré de nuevo a mi habitación, observé con prisa todo lo que me rodeaba, escondí alguna que otra camiseta, ordené unos libros y coloqué los zapatos en su sitio. Me asomé al cuarto de baño por si estaba manchado o algo pero el timbre interrumpió la acción y fui a abrirle. Como la puerta era de doble timbre, me dio tiempo a cerrar las otras habitaciones para que no viera algún que otro desorden. Abrí la puerta antes de que tocara, la esperaba y quería que fuera rápida la visita. Lo primero que me dijo fue “impaciente” y, acto seguido, se abrazó a mí. No me dio tiempo a decir nada más y, como era más baja que yo, tampoco lo pude evitar. Era nuestra forma de saludar. Continuamos con las formalidades, dos besos y continué preguntando cómo estaba y qué hacía por mis lares.

-Pasaba por aquí y como he visto la ventana abierta, he decidido venir a verte. ¿Necesito una excusa? – preguntaba de forma retórica, siempre con una sonrisa malvada.
-No es por ofender pero no quiero verte ni en pintura. – Respondí con la misma maldad, tal y como hacía siempre.
-La próxima vez va a venir tu perro a verte. – Contestó de forma soez, con la sonrisa apagada.
-Sabes que no te soporto y te presentas con toda la cara del mundo en mi piso.

La conversación continuó hasta que puse algo de pies y cabeza en la conversación. Decidí pasar de los estudios, a nadie le viene mal una visita. Empezó a contestarme cosas que le preguntaba, me contaba cosas de su vida, ella hacía lo mismo, no podía crear conversación, estaba algo tensa o, por lo menos, es lo que yo creía. Le comenté que estaba rara, si había pasado algo. Me dijo rápidamente que no. Le pregunté por su novio, el cuál era gran amigo mío pero a ella le conocía mucho antes. No destacó mucho, quiso dar los mínimos detalles. Le sonreí, le decía que se le llenaba la boca de babas cuando hablaba de él. Me pegó una de esas típicas bofetadas en el hombro, señal de que era verdad lo que yo decía. Pero, en un instante, cambió todo. Su felicidad, su sonrisa se apagó, dijo que quería contarme algo. Y empezó a hablar. No le perdí escucha a lo que tenía que decir. Pero allí estaba ella, sentada en mi cama, contando trivialidades, dudas y miedos, abriéndose a mi como siempre, con el mayor grado de confianza. Dulce confiaba en mí y en muy pocas personas de su vida. Había tenido muy malas experiencias con algunas amistades, por lo que cerró su círculo de confianza, en donde yo era el centro, palabras suyas, no mías. Entendía las cosas que me decía, era los típicos problemas de adolescentes, de pensamientos dañinos que no tenían sentido. Me levanté de la silla del ordenador y me senté a su lado en la cama, estaba angustiada, casi a punto de llorar. Le cogí de la mano para darle confianza, seguridad y empecé a darle mi opinión, a decir todo lo que necesitaba escuchar y ofrecerle soluciones bastantes certeras. Su sonrisa se recuperó poco a poco, era maravillosa cuando sonreía, daba brillo a cualquier momento o situación. Se abrazó a mí y me dijo lentamente “gracias por escucharme.” No pude ocultar mi sonrisa tampoco, me alegré cuando recuperó su felicidad. Se levantó de la cama, empezó a moverse por el cuarto a cotillear mis cosas. Yo me tumbé en la cama, mientras seguíamos hablando, riendo y diciendo tonterías. Ella miraba las fotos de la pared, continuaba por los apuntes, los libros de lectura y mis estanterías. No me molestaba, tenía toda mi confianza. Se apoyó en el escritorio cuando me vió levantarme. Empecé a mirarla mientras que ella se miraba las uñas y seguía hablando. Era un fruto prohibido. Para mí y para muchos. Nunca le llegué a ver como alguna compañera más allá de la amistad. Era muy especial y necesaria en mi vida. Comencé a hacer garabatos en un papel, a escribir palabras aleatorias de lo que decía. No quitaba nada de atención. Era nuestra forma de hablar. Comenzó a sentirse algo temblorosa, algo nerviosa. Hacía gestos que no tenían sentido en la conversación. Me puse de pie completamente delante de ella y le dije que dejara de preocuparse, que no tenía nada que pensar. Estaba todo dicho y hecho. Levantó la mirada y me miró fijamente a los ojos.

-¿De verdad? ¿Me lo prometes?
–No puedo prometer algo que no puedo hacer yo pero si te prometo que todo puede salir bien y que no te preocupes más, estoy yo aquí para lo que haga falta. Si quieres charlar o algo, estoy aquí y lo sabes.
-Sí, lo sé. No se me olvida. – esbozó una sonrisa.
-Entonces, ¿me prometes dejar el tema? – dije con voz de autoritario. ¿Dejarás todo enterrado?

No dijo nada, sólo asintió con la cabeza. No quería que decayera esa sonrisa por lo que me lancé a su cara y le comencé a dar varios besos seguidos, diciéndole que no tenía nada por lo que no sonreír, por lo que no alegrar al mundo. Me cruzó los brazos por el cuello y me permitió levantarme algo, lo suficiente como para ver su cara. Unos ojos brillosos comenzaron a mirarme fijamente, sin posibilidad de impedirlo.

-Eres muy grande… No sé cómo pude tener tanta suerte de conocerte.

Parecía que la conversación se iba a quedar ahí. Yo sonreí, algo nervioso, me gustaba ese cumplido. Pero algo pasó, un simple beso en la boca se soltó entre nosotros, como si se hubiera hecho antes, como si fuera otra de nuestras costumbres. Fue algo especial, cercano. Apartamos nuestras vistas pero seguía con sus manos cruzando mi cuello. No quería que me alejara. Seguíamos hablando, normalmente y un segundo beso comenzó. Era algo raro, espontáneo, inesperado pero no decíamos nada respecto al tema. Era una situación muy extraña. Desde el instante del primer beso, nuestras miradas no se habían cruzado. Hasta que se cruzaron después de retornar la conversación que ya perdí hace un minuto. Ahí estábamos, ella apoyada en el escritorio, mirándome fijamente, cruzando los brazos sin poder soltarme o apartarme; yo, sin parpadear una sola vez, apoyando los dos brazos en el filo de la mesa, sin poder cambiarlos o moverlos, nuestras sonrisas estaban en modo neutro, disfrutando del momento, sin mostrar ningún sentimiento. Sólo nos faltó un pestañeo para llegar a donde creíamos que iba ser el mejor lugar, el mejor sentimiento. Un leve gesto y sabíamos que era lo que queríamos, yo me lancé a sus labios, ella me forzaba a estar cada vez más cerca en cuanto iba. Nuestros labios chocaron, dando una pequeña fuerza al momento, una especie de alivio, en un momento sentido y amado por tantos años, en los que nunca pensamos pero sabíamos que estábamos más seguros que en cualquier rincón del planeta que se pudiera visitar, imaginar o disfrutar. Estábamos cálidos, profundos, sentíamos los besos tímidos, besos que no estábamos acostumbrados a darnos. Nuestras lenguas se encontraban tímidamente, no llegaron a tocarse, sólo leves roces, sentimientos y pulsos de sensaciones aliviadoras. Después de un rato de besos cortos, cálidos y mojados, acabó en uno muy lento, tranquilo, enamorable. Nos apartamos un poco, respiramos y sonreímos.

– No había llegado por casualidad aquí. ¿Sabes? – quiso expresarme antes de contarme toda la verdad.
– ¿Y a qué se debe tu visita? Aunque no me interese lo más mínimo.
– Si alguien se enterase, puede que me matara. Necesitaba venir. Algo me dijo que tenía que saber qué eras o podías llegar a ser antes de llegar a algún otro punto en el que no pudiera dar marcha atrás.
– ¿Te refieres a…? – me calló asintiendo.
– Sí, creo que puede llegar más allá de una simple relación, que puede que llegue a algún puerto y que jamás llegara a probar tus labios, aunque sólo fuera una vez en la vida.
– Es algo que nunca nos habíamos planteado, algo que nunca se nos pasó por la cabeza y habíamos mostrado. ¿Será todo igual a partir de ahora?
– Ese es el problema… No lo sé. Quiero que todo siga igual que ahora pero sé que lo estropearé, que algo me cambiará y que nunca habrá un momento como éste o como otros, tal y como los hemos vivido.
– Entiendo. Nunca pude pensar estas cosas tan fácilmente, sobre todo como a ti de epicentro. Es algo raro pero, a la vez, necesario. Puede que nunca vuelva a pasar. Me alegra que haya pasado. ¿Pero y si se entera…?
– Ese es el tema, respecto a mi visita y a este momento, yo estoy con un grupo de trabajo y después a mi entrenamiento en la piscina, así que… solo tú y yo podemos saberlo. Si tú no lo dices, no habrá problema. Y yo no lo confesaré, sólo lo recordaré todo lo que pueda y sonreiré. Será nuestro mejor secreto.
– Entonces… durante unas horas no existe este momento, no existe nosotros, no existe ninguna palabra, no existe ningún roce, ni un momento de locura que pueda ocurrir. No existe ni un pensamiento, sentimiento o palabra. Pero en realidad, sí.
– Sí. ¿Crees que…?

No le dejé terminar. Sé qué quería decir, que si lo veía bien, que si era correcto lo que queríamos hacer. Nunca me lo planteé, ni lo haría, no lo haré. Ocurrió lo que hice, lo que actué y lo que, en ese momento, quisimos los dos. Le callé con un beso. Beso tras beso. Mientras que ella me apretaba cada vez más y se subió algo a la mesa para poder sentir todo, sin tener que pensar en su propio equilibrio. Beso tras beso, aumentaba la fuerza, el sentimiento, el calor. El momento iba en aumento, no podíamos parar pero tampoco sabíamos avanzar. No queríamos dejar de besarnos, no quisimos desprendernos el uno del otro. Queríamos estar así siempre. No puede evitarlo. Le levanté de la mesa, sin apartar nuestros labios. Me mantuve de pie, sin dejar que pudiera moverse, ahora era mía, sus brazos apoyados en mi pecho, no dejaba que pudiera moverse. Ese momento era nuestro. ¿Pensé que sería el momento para soñar cualquier momento que sería el primer y último nosotros? Sí.

Le cogí de la mano, anduve de espaldas a la cama y me senté contra la pared, con los pies cruzados y le pedí que se sentara de lado. La tenía en mis brazos, no se podía escapar de mí y yo no podía huir de ella. Giré mi cabeza hacía donde estaba ella, sonriendo, mordiéndose el labio. No pude parar. La sostenía en el aire, ella se iba perdía entre mis brazos. Cada vez se tumbaba más y yo la agarraba fuerte, ya sea con los labios o con la mano en su espalda. Ella tenía su mano derecha sujetando levemente mi cara, acariciando con un pulso tranquilo, relajante, dando una leve sensación de calidez y su brazo izquierdo se deslizó a través de mi espalda, colándose por debajo de mi camisa, lo que provocó un pequeño escalofrío que recorrió por todo mi cuerpo. Mis brazo no podían quedarse quietos, aparte de agarrarla con mi brazo derecho podía extender el brazo hasta su pelo liso, sintiendo y acariciando con un toque pluma. Mi brazo libre agarraba su barbilla, como si fuera a perderse en mis labios pero no podía estarme quieto. Quería recorrerla de principio a fin. Y con dos simples dedos, cambié el gesto y rocé lentamente su faz, pasando por debajo de su barbilla y recorriendo su cuello. Salté a sus piernas, descubiertas por los shorts que llevaba puestos… Comencé a subir y bajar lentamente por sus piernas, sintiendo la longitud y la suavidad que tenía en ese momento. Podía sentir cómo los dos teníamos el vello erizado, nos gustaba las sensaciones que sentíamos, que disfrutábamos. Era algo especialmente sensacional, a flor de piel, sintiendo poco a poco lo que hemos estado evitando siempre. Pasé mi mano por debajo de sus piernas para recorrer también por debajo. Noté un pequeño salto en sus piernas, era la marca de la mesa, la recorría una y otra vez, estaba muy cerca de su trasero, sólo de pensarlo me ponía nervioso, la recorría sin parar, lento, suave y se notaba en su respiración. Ella se aferró con su mano libre a mi cuello, quería más, queríamos más, queríamos saber a donde llegar, a donde sentir, a donde disfrutar. Los besos no cesaban, uno tras otro, nuestras lenguas poco a poco se encontraban, nuestros dientes estaban ansiosos de carne, tanto que nos mordíamos el uno a otro, algo fuerte, algo pasional, algo que hacía sentir fuerte. Nuestras miradas se encontraban, eran serias, fortuitas y con una pasión incontrolable, con ganas de más.

Ella se separó un instante. Nuestra respiración era acelerada. Ella cerró los ojos, aguantó un segundo y me miró. Asentó con la cabeza, como dando una señal, una especie de adelante con todo, lo quiero, lo necesito, lo imploro. Era algo que me pilló por sorpresa, con fuerza pero no negué. Manteniendo su trasero en mis piernas, en una posición elevada, la tumbé hacía atrás, dejando algo descubierto su vientre. Su cabeza tumbada completamente sin almohada apenas le dejaba ver, apenas le dejaba saber qué podía hacer, sólo podía llegar a ver mi cabeza. Esbocé una sonrisa pícara y veía como me miraba con los ojos entrecerrados por no tener ángulo de visión, respiró hondo y me agaché lentamente. Levanté su camiseta de tela poco a poco, rozando con el dedo mientras la hacía subir, que notara algo de uña, para incluir un leve escalofrío. Notaba cómo clavaba la cabeza hasta el fondo en el colchón, dejando sólo el sentido del tacto activo, cerrando los ojos completamente, señalando al techo. Deslicé mi nariz por su ombligo, sólo un pequeño toque, para darle una pequeña y profunda respiración por él, para sentir el calor que salía de mi cuerpo. No podía saber lo que iba a pasar pero sabía lo que hacer. Deslicé mis piernas por debajo de su cuerpo, dejándome al lado, a su mismo nivel pero a la altura de su vientre. Empecé a besárselo lentamente, besos cortos, con ganas de disfrutarlo, de sentirlo, mientras que, con una mano, subía su camisa hasta el nivel de abajo del sujetador, recorriéndolo de un lado a otro para que diera libertad por todo su vientre, para que se descubriera completamente, para poder disfrutar cada uno de sus rincones. Deslizó uno de sus brazos por encima de uno de sus pechos mientras que el otro intentaba acariciarme la cabeza, acariciando suavemente mi pelo, algo que me encanta, que disfruto y ella lo sabía. Levanté la mirada un poco, quería verla, quería mirarla a los ojos y se dio cuenta, me miró y me sonrió, puso la sonrisa pícara, esa que nos gustaba poner en las fotos a los dos. Eso hizo entrar en mí una fuerza son control, quería poseerla definitivamente. Extendio los brazos, se levantó un poco, me tiraba de la camiseta, me la empezó a quitar, no quitaba la sonrisa pícara, quería verme tal y como era. Salí despeinado del forcejeo, se rió levemente pero cambió a apretar los labios y, con agresividad, la lanzó a la otra parte de la habitación. Un largo suspiro salió de mí, ella me puso la mano en la cara, se quedó pensativa y me golpeó la cara. Juguetona como ninguna… Eso me molestó y gustó a la vez, enfadado seguí a mis deseos. Fui subiendo poco a poco, besando por su vientre, elevando su camisa a la par que ella iba levantando para que pudiera quitársela, pasando entre medio de sus pechos ocultos por el sujetador, lo que me daba libertad para disfrutar el roce, continuando por el cuello, en el que me quedé por un instante, besando, rozando con los dientes, mostrando que quería morderla completamente. Mi mano no se quedaba quieta. Continuaba por debajo de la parte de sus shorts, acariciando de arriba a abajo sus piernas y subiéndome en ese mini pantalón que dejaba muchas ideas para la imaginación. Recorría cada costura de la cintura del pantalón, incluyendo pasar el dedo por su piel, intercambiando, dejando y empujando poco a poco el pantalón para mostrar algo su ropa interior, para poder besar también por esa zona pero sin llegar a tocar, por encima de su ropa interior. Mientras que se agarraba a mi espalda mientras seguía en su cuello, su otra mano pasaba por mi pecho y por mi brazo extendido, intentando sentir todo lo que pudiera tocar a su alcance, como forzando que siguiera, que no me iba a detener. Cuando pasaba por el botón hacía el leve gesto de querer quitarlo, como advirtiendo que lo quiero hacer, que no tengo nada que quiera evitar. Cada vez que pasaba, aguantaba un poquito la respiración, eso me ponía más tenso cada vez, quería evitar excitarme pero no podía, poco a poco iba en aumento, no podía evitarlo, era algo extraordinariamente sensorial. Ella bajaba la mano por mi pecho hasta llegar a la cintura, metiendo un dedo para tirar del pantalón, para rozar por dentro, buscando el roce, buscando el punto nervioso que quería. Su dedo rozó mi miembro, casi en erección completa debido al pantalón vaquero que tenía. A pesar de estar en su cuello, sentí su risa pícara, como disfrutando del momento, de que me gustaba lo que hacía. De que me pasaba algo en el cuerpo que me hacía sentir fuego, fuego ardiendo por ella. Cuando me rozó, me quedé sin aliento, quería todo de mí, quería seguir adelante por mucho que quería retrasar algo o no avanzar por no asustarla. Introdujo sus cuatros dedos en la cintura y tiraba, como diciendo que ya sobraban, que los arrancáramos, que no hacía falta ya, nosotros nos abrigaríamos. Desabroché su botón, no quería jugar nada más con ese simple trozo de tela. Deslicé la cremallera lentamente y abrí el pantalón lo máximo que daba. Rozaba el pequeño filo de costura que tenía su ropa interior, de un lado a otro, dejando pasar el dedo por encima y por debajo de su costura. Me hizo levantarme, me apoyó contra la pared fría, me levantó la cabeza y empezó a besarme por todo el cuello, mordisqueando la mandíbula e, incluso, apretando con la mano. Era suyo. Estaba completamente a su merced. Me hizo sentarme en la cama y apoyarme contra la pared. Se subió encima de mí obligando a levantar la cabeza para poder mirarla. El pelo ocultaba casi todo su rostro, se veían sus ojos y su sonrisa. Apoyándose los brazos sobre mis hombros, me adelantó entre sus pechos, sólo podía respirar entre ellos, besarlos. Era lo que ella quería, que le rozara, que le besara sin miedo por esa zona. Levemente, se levantaba y se volvía a sentar, quería notar mi erección, quería sentir todo lo que había provocado. Ella me separó de la pared, me apretó completamente contra su pecho, forzaba los besos delicados que estaba dando. Nuestra respiración iba aumentando más y más. Ella se echó hacía atrás, me empujó de nuevo contra la pared. No podíamos cerrar la boca, necesitábamos respirar todo lo que podíamos, nuestro pulso acelerado necesitaba aire para recuperar fuerzas. dio espacio a poder desabrocharme el cinturón con agresividad. Continuó desabrochando el pantalón y bajando algo la cremallera. No dio tiempo a decir o hacer nada, ella se levantó y tiró de las perneras de los pantalones. Me dejó sólo con los bóxer que apenas ya dejaban imaginación al momento. Los soltó en el suelo con delicadeza, con picardía. Se dirigió a la ventana, preguntándome a mí mismo cuál iba a ser su siguiente movimiento. Empezó a bajar la persiana, tirando casi agresivamente de la correa pero dejando la persiana en una posición casi morbosa, dejando los huecos para que entre cientos de rayos de luz, dejando marcados por todo su cuerpo. Se puso de pie delante de mí, en frente, echando la cadera hacía un lado, pensando qué movimiento podría hacer… Era increíblemente hermosa, un cuerpo de ensueño, no tenía demasiado pecho pero era perfecto para escotes o bañadores, su cadera era genial, con forma, no era una recta, era una curva que dejaba recorrer a grandes y pequeñas velocidades. A pesar de ser algo baja tenía unas piernas de infarto, que se podía agarrar y disfrutar… No tardó nada en reaccionar pero en mi mente fue parado el tiempo. Se da la vuelta, contoneando lentamente pero sigue siendo una vuelta corriente. Retira lentamente los shorts que se aguantaban de puro milagro, agachándose un poco, dando a sugerir que debía de mirar su trasero sin miedo. Miraba de reojo, veía que me quedaba boquiabierto y se reía. Pude ver lo que llevaba puesto. Era un culop fino, de tela, con los filos que había recorrido anteriormente. Se acercó a mí y me tumbó completamente, no podía borrar su sonrisa, era su señal de estar feliz en ese momento. Se subió en la cama de rodillas, levantándo una de sus piernas y dejando mi cuerpo entre ellas. Me cogió los brazos y me los puso en la almohada y, apoyando los suyos sobre los míos, me tenía capturado para ella sola. Se abalanzó sobre mi boca, seguía besando con fuerza, con sentimiento. No quería parar. Sólo había unos pequeños momentos de parada pero era para morder, para sentir o para respirar. Notaba como su cintura buscaba la posición perfecta. Soltó las manos para su propio beneficio. Se puso de pie, encima mía, erguida, rozando lentamente desde mi cuello a mi vientre, hasta llegar a mi miembro. Se echó lentamente hacía atrás, sin dejar de rozar. Con las dos manos, empezó a rozar por encima de los bóxer, tocando con una mano la pierna por dentro y por otro lado rozando por encima, tocando parte de mi miembro erecto completamente. Cuando pasa por encima, puedo ver cómo se muerde el labio, pícara como malvada, malvada como excitada. Con la mano que había metido por debajo por la parte de la pierna, empieza a buscar el miembro y, rozando por el lado, agarra suavemente y lo mueve para dejarlo paralelo a mi cuerpo. Vuelve a tocar, rozarlo, sentirlo y, poco a poco, saca las manos. Ahora que está en posición paralela, de forma máxima y, dando golpes de bombeo de sangre, síntoma de la tensión sexual que sentía mi cuerpo. No evita apretarlo antes de quitar las manos de él. Ahora se coloca suavemente, encima de mi cintura, ahora puede sentirlo como nuestras zonas privadas están casi en contacto. Noto un calor delicioso, el cuál, poco a poco empieza a dar humedad por parte de los dos, algo sentido, algo dulce. Ella empieza a morderse el labio inferior. Aprieta con fuerza de vez en cuando mientras que sube y baja. Se tira hacía mí, a agarrarme de nuevo los brazos pero lo evito. Me levanto un poco, apretando mi miembro con su vagina, se escucha un leve gemido, casi hipnotizante. Me levanto entre sus pechos que empiezo a besar por la zona que se puede, ella echa sus brazos a mis hombros, me agarra, mientras sigue frotando poco a poco. Aprovecho que me mantiene de pie para poder desabrocharle y disfrutar de sus pechos todavía ocultos en ese trozo de tela. Consigo soltarlo rápido pero mi mano se queda ahí, rozando su espalda, recorriendo hacía arriba, retirando cada cinta hacía un lado pero sujetando con mi cabeza el sujetador. Me deja tumbarme y lo sujeta. Extiende los brazos y deja que caiga lentamente por sus brazos. Deja al descubierto dos pechos semi grandes, algo caídos que me ponen bastante enfermo en el sentido de excitación a lo que se refiere el momento. Me lanza contra la cama y me deja besar por el cuello y por el pecho mientras que me agarra y empieza a moverse cada vez más rápido, empezábamos a dar pequeños gemidos, yo no podía ni evitarlo. En algunos momentos, podía alcanzar sus pechos y empezaba a pasar la boca, utilizando lengua alrededor de su pecho, sin apenas llegar a la aureola, despacio, disfrutando de esa delicadeza que poseía. Parecía que le gustaba, me daba más, se acercaba para dejarse hacer. Yo no podía evitar no estarme quieto ante aquel ofrecimiento. Me acercaba sólo con la lengua, sin abusar de su pezón, a veces, rozando un poquito con los dientes inferiores, notaba como apretaba contra mí. Empezaba cada vez a apretar más fuerte, yo notaba cómo se iba mojando más nuestra ropa y yo bombeando cada vez más fuerte, notaba más fuerte ese placer. “Rocémonos sin nada.” Solté sin pensar, sin miedo. Se me tiró a la boca y me movió la cara hacía un lado. Veía de reojo cómo se levantaba y se acercaba con la boca a mi miembro. Pasó la lengua por encima del pantalón y mordió de lado, suave pero excitante a la vez. Mientras que se ponía “a cuatro patas”, empezó a bajar su ropa interior, podía ver como bajaba ese culop lentamente por su trasero y dejaba a la altura de sus tobillos. Justo se levantó un poco y cayó al suelo. No dio tiempo y ella ya me había cogido de los bóxer, levantó un poco por parte de la cintura y bajó lentamente, dejando expuesto mi miembro erecto, dando un pequeño golpe, algo mojado. Justo cuando había mostrado todo, bajó rápidamente y se fue incorporando de nuevo, besando por las piernas lentamente. Cuando estaba cerca de mi miembro, sonrió con una risa malvada y se subió sobre mí. Su zona estaba cuidada, había recortado dejado una zona pequeña pero dando la posibilidad de verse perfectamente. Ella posicionó mi pene con una mano mientras que iba bajando lentamente. Se abrió un poquito con la otra mano. Fue algo muy dulce, como ella. Era cálido completamente, había lubricado bastante que no hizo falta nada para rozarse fácilmente. Justo cuando se dejó caer completamente, saltó un gemido hacía atrás, dejando su cuerpo perfectamente al descubierto. Se tumbó encima de mí, dejó su boca al lado de mi oído y me dijo “rózame, tócame, disfrútame”. Sentí un escalofrío por dentro, me encantó, mi pene reaccionó dando un pequeño golpe que ella sintió y notó dulcemente, apretando. Por fin pude rozar su cuerpo libremente. Lentamente, empecé a moverme, sentía como su vagina estaba muy mojada y mi pene se deslizaba perfectamente, sin prisa, con roces completos de principio a fin. Mis manos estaban en su espalda acariciando completamente hasta llegar a su dulce trasero. No pude evitar tocarlo y agarrarlo con fuerza. Era simplemente duro y suave a la vez. Subía y bajaba por todo su ser. Hasta que la cogí de la cintura y hacía que se moviera por mi miembro. Yo no podía evitar soltar algún que otro gemido que se escuchaba y ella poco a poco dejaba mostrar lo que sentía, se estaba reservando, puede que de los nervios, puede de la vergüenza. Empecé a acelerar el ritmo, no podía disfrutar más, quería más. Comenzó a gemir y empezaba a escucharse cada vez más, empezaba a gritar en mi oído, eso me hacía dar más golpes en mi pene, daba más fuerte, rozaba más rápido, frotaba con el glande su zona específica para dar más placer. “No puedo más. Necesito sentirte dentro de mí”. Esas palabras hicieron dar el último empujón en el bombeo de sangre haciendo que gritara más fuerte. “¿Estás segura?” le pregunté con temor. “Completamente” me contestó sin esfuerzo. Seguíamos frotándonos un poco más hasta que ella se bajó poco a poco. Saqué un preservativo del cajón, me dispuse a ponérmelo y, me dijo antes de que lo hiciera, que fuera a su lado, quería hacerlo ella. Cogió mi miembro con fuerza, dando presión y estimulando mi miembro que intentaba explotar de excitación. Se acercó y empezó a lamer el glande, introduciendo y sacando poco a poco, tocando con la lengua por debajo, lentamente, haciendo que lo sintiera todo, empezaba a disfrutarlo, sentía como mi pene soltaba algo de semen, la excitación era elevada pero ella continuaba, no le molestaba. Aproveché a subir por sus piernas con mi mano y, con un dedo, rozaba por encima de su vagina, sin llegar a presionar, sólo rozar. Así, continué varias veces hasta que decidí introducir un dedo entre sus labios vaginales para rozarla. Estaba mojada, muy dulce, podía deslizar el dedo fácilmente, empezaba a gemir poco a poco mientras que ella deslizaba mi pene por su garganta. Decidió ponerme el preservativo y empezó a tocarme para ajustarlo más, hasta el fondo. Se tumbó, me dijo “ven” y me subí encima de ella. Empecé a besarla mientras que frotaba mi pene con su vagina con una mano. “Hagámoslo ya, por favor.” Con un tono imperativo, me puse a introducir poco a poco mi pene en su dulce y mojada vagina. Ella se agarraba a mi espalda, apretó con fuerza un poco pero era de placer. Continué hasta el fondo y gritó con fuerza, con deseo, con pasión. Poco a poco empecé a darle cada vez más rápido, sintiendo cómo apretaba con sus paredes vaginales, eso me hacía ponerme más acelerado. Me perdí por su cuello, por sus pechos, no podía parar, quería lamerle todo, quería disfrutar de aquel dulce hecho persona. Le dije al oído que se tocara por encima, quería que disfrutara al máximo. A ella le pareció una idea muy morbosa, noté cómo se podía introducir mejor el pene de lo que había lubricado. Continué poco a poco, gritaba, gemíamos a veces juntos, no podíamos parar. Tal excitación me produjo tal grado que no podía más, quería explotar en ella. Se lo dije y apretó más, añadiendo uñas a mi espalda. Le dije que se pusiera de rodillas contra la pared, que quería sentirla completamente. No tardó en hacerlo. Poniendo la almohada doblada para elevarse, volví a introducir mi pene por detrás de ella, a través de esa vagina dulce. Mi miembro estaba demasiado duro como para aguantar mucho tiempo. La apreté contra mí, introduciéndole el pene lo máximo que pude, deslizando una mano por delante de su vagina para tocarle el clítoris, otra por sus pechos y echando su cabeza hacía atrás, pidiendo besarle el cuello. Empezamos a movernos al compás, gritaba de pasión y no podía aguantar más. Empecé a darle cada vez más rápido, más fuerte y le dije que no podía más, que iba a explotar. Ella aceleró su respiración, decía que no podía aguantar ella tampoco, que quería correrse ya, no podía aguantar ni un ápice más. Comencé a estimularle por delante, a frotar sus pechos y comerle el cuello y empezamos a darle más fuerte, a gritar y, en un instante, ella empezaba a liberarse. Justo cuando dijo que iba a correrse, yo empecé a eyacular. Mi pene bombeaba con tal fuerza que ella empezó a gritar más y empezó a mostrar su orgasmo mientras empezaba a correrse. Yo no paraba de darle, seguía, ella quería que siguiera, que no me parara, que le diera un poco más, eso me mantenía un poco más la erección y no aguantó más. Se contrajo y expulsó mi pene de contracción. Nos tumbamos y empezamos a abrazarnos y a acariciarnos.

Era único aquel momento. Estuvimos un tiempo así, sin que nos importara algo el tiempo o espacio, ella tuvo hasta un golpe de sueño. Comenté que iba a limpiarme y, cuando regresé del cuarto de baño, estaba allí, sentada en la cama, sonriendo, ladeando la cabeza. Me senté cerca de ella y empecé a besarle el cuello, ella empezó a acariciarme la pierna.

Pero llegó lo que no queríamos. Esa burbuja que creamos se destrozó. Comenzó a sonar su móvil. Era un tono predefinido. Sabía quién era…

– Creo que esa es la campana de volver a la vida. – Dijo ella, con los ojos brillosos.
– Hemos parado el tiempo lo suficiente para saber qué sentimos, qué pensamos pero no para continuar en el camino. No entiendo nada de esto.
– Lo sé… pero no podemos conseguir nada de esto. Es un bonito recuerdo y es un hueco que nos quedará siempre aquí.

Me puso la mano en el corazón. Me besó por última vez y empezamos a vestirnos. No hablamos nada de mientras. Era algo muy frio. Algo muy siniestro. Mientras que yo terminaba de ponerme el cinturón, ella seguía cotilleando por mi cuarto, viendo mis cosas, como haciendo una imagen mental del momento. Era una despedida. Se veía desde lejos, creo que nunca más podría verla. Me miró, empezó a llorar.

– Quiero que sepas que eres una de las cosas más importantes que me han pasado en la vida y he hecho esto porque lo necesitaba. Era algo que necesitaba sentir, aunque sólo fuera una vez en la vida. Muchas gracias por haber sido tan maravilloso conmigo.

No pude mediar palabra. Era algo muy escalofriante. Ella se abrazó a mí y yo le correspondí, apretando cada vez más fuerte. El móvil comenzó a sonar de nuevo. Era puñalada tras puñalada. Cómo una cosa tan buena podía hacernos tanto daño. Nos separamos y nos dimos dos besos en la cara. Salimos de mi habitación y le abrí la puerta. Ella se despidió con su genial “te quiero, enano, ya nos veremos”. No pude evitar cogerla del brazo y lanzarla hacía mí. Me fui directo a su boca y terminé besándola, no hizo aspavientos de no quererlo.

– Siempre estaré aquí. Lo sabes.

Ella sonrió y me acarició la cara. Se dio la vuelta y continúo bajando por las escaleras. Cerré la puerta y no pensé más en ese día. Me senté en la oscuridad de mi habitación y me quedé las horas muertas pensando si había ocurrido de verdad. Lo que yo no sé es que ella se quedó allí, en mi ventana, sentada, llorando durante unos minutos. Sin querer apartarse de mi vida. Pero en la vida, hay situaciones que nos obliga a separarnos. Nunca sabremos lo que podríamos llegado a ser pero tampoco nunca destrozamos lo que fuimos.

Deja un comentario