Era el momento perfecto, decidí volver a ser yo por un rato. A juguetear entre las estrellas, a pasear por el camino que mostraba la Luna. Sonreía, con los ojos cerrados, caminaba por un camino tranquilo, dibujado sólo por mis pasos y marcando a sonrisas las líneas de la vía. Agitaba la cabeza, pensaba aire, no palabras. Llegaba a quedarme en blanco platino, produciendo sombras en la imaginación, esperando el ritmo que querían que compusiera. Y nunca las dejaría huérfanas, mis deseos tomaron forma. Saltando a compás de las notas que sonaban en mi cabeza, intentaba dibujar todos mis sueños, amontonados de la espera del momento. Apareció una casa en el camino, tranquila y sumisa esperando a que alguien la visitara. Sin perder el compás, entré al recibidor, tocando en la puerta.
Toc, toc, toc, toc, resonó por la casa. El olor de una cocina alimentada llegó a través de la puerta. Con ello, se abrió la puerta, diciendo que pasara, que me esperaban. Llegando al salón de estar, había una sombra sentada, sin decir habla, sin querer mostrar nada. El viento hablaba, quería que tomara asiento, que.la calma entrara en mi alma. Y el viento se hizo fuerte. Derrumbó la casa, ante nuestros ojos. Sólo quedamos la sombra y yo sentados. Mi sonrisa no desaparecía y la sombra no daba gestos de amistad. No ocurría nada, todo estaba perfecto. Yo, sin paciencia, me levante y le ofrecí mi mano. ‘¿Bailas?’ le pregunté, alzando ella la mirada y, acto seguido, apartándola. No quise saber si fue por vergüenza o desprecio. Le cogí la mano, levanté a la fuerza y la induje en mi ritmo. Poco a poco, la sombra tomaba forma de persona, la piel se empezaba a mostrar, pudiendo saber en qué lunar podía empezar a recorrer mi mano para agarrarla. El ritmo cambió y el movimiento se dio lugar. Ella bailaba al compás, no quería ser llevada más. Su boca empezó a mostrarse, su sonrisa, sus carcajadas querían ser escuchadas pero no tenía voz. Ella quería bailar, no quería parar. Me cogió, le llevó de vuelta al camino y dando vueltas a mi alrededor construyó un paso al que seguir. De un lado a otro, marcaba pasos que quería seguir pero no pisar. La veía sonreír, me veía sonreír. Y sus ojos se dibujaron al cruce de su pelo. Miraban fijamente a los míos, sin perder detalle. A lo que puso sus manos, pidiendo que parara mis pasos. Mostró un gesto para que cerrara los ojos. Confié. Sentí su presencia detrás mía. Sus manos taparon mis ojos. Podía ver un cielo estrellado dibujado en sus manos. Quitó sus manos, mostrando un acantilado y a nosotros al filo de él. Ella se sentó en el borde. No supe lo que hacer. No quitaba la vista del horizonte. Me senté a su lado. Y habló:
Un día te encontré. Nuestros caminos coincidieron y decidieron hacer un alto en el camino. Llegaste, me miraste y me convenciste para que sonriera. Decidí conocerte más y me quedé prendada de lo que no querías compartir. He seguido tus pasos, he reído contigo y gracias a ti. Tras pensarlo mucho y poco, he decidido querer hacer esto contigo. Cógeme de la mano y saltemos. Nademos al final del mar que está debajo de nuestros pies. Vamos a crear una historia juntos, escribamos nuestro libro en el que deseen estar miles de personas pero no sea posible. Vivamos esta aventura juntos.
Yo sonreí. Sabía lo que quería hacer. Yo…