La vida no es justa. Lo mismo que no es justo que justamente escriba esto. Hubiera sido más fácil denunciarlo a las autoridades pertinentes, hubiera sido más fácil haber vigilado con más detenimiento mis propios asuntos. No podemos permitir que el mundo luche por nosotros, ni nosotros dejar de luchar por mucho que cueste. Al fin y al cabo, nuestra vida tiene que tener un propósito y nosotros debemos de ponerlo. Tan fácil como poner una ilusión al final del camino. Porque… ¿qué sería de la vida si no hay ilusión? Nada.
Me han robado la radio del coche y me siento familiarmente traicionado. Porque ya no puedo disfrutar de todos los beneficios que me aportaba, de toda la información que recibía estando sentado, de todas las sensaciones que sentía sólo con arrancar el motor de este coche sin ritmo y silencioso. Le pregunto y no responde. Lo empujo y ruge, enfadado, angustiado. Me contesta de la forma que era de esperar, pero no la necesitada. Al menos, me acompaña a donde es necesario. Es más de lo que suelo pedir, es menos de lo que podría permitirme.
Me han robado la radio del coche y ahora no puedo subirle el volumen. A pesar de las ventanillas subidas, el eco que produce este habitáculo cerrado, no soy yo el que necesita gritar… O eso creo. Ahora ya no puedo forzar el sonido de lo elegible, de lo buscado. De lo necesario. Porque si quieres entenderme, mi radio me permitía volar en forma de elección, de forma libertaria y con todas mis pasadas y futuras decisiones. Elevaba la voz cuando necesitaba protección, bajaba el tono cuando buscaba orientación. El aleatorio cubría aquellas necesidades de respuestas impensables. Y si dejabas que solo siguiera su camino… Sabía qué hacer exactamente. ¿No es algo que siempre hemos deseado poder hacer?
Me han robado la radio del coche y ya no suena el pop de antes. La tranquilidad ha envuelto la escena donde antes se gritaba de vitalidad. Donde un error se podía convertir en un estruendo de risas que reventaba un camino de asfalto nuevo. Donde las palabras erróneas daban paso a una felicidad viva. Porque los errores no tienen por qué ser algo malo… Seguro que el primero que lo dijo le interesaba que lo fuera. Hay errores que no puedo dejar de olvidar. Errores que dieron un momento de tranquilidad.
Me han robado la radio del coche y ya no suena música chill en carreteras extensas y monótonas. No suena esa música en la que daba banda sonora a nuestro momento de desconexión. Acciones fuera de nuestras obligaciones dentro de ese coche; arriesgando cielo, horizonte y tierra sólo para conectarnos una vez más. No será la mejor posición para descansar la mano en el cambio de marchas, no podrá sentirse aquellas letras que absorbía por la piel y recibía en forma de shock… apretando la mano en un efímero golpe de sangre. No hay calma para el dolor de tensión en el cuello, no hay paz para el nudo que sostiene mi atención que lucha por mantener las dos líneas centradas con las esquinas del cristal delantero.
Me han robado la radio del coche y me han recomendado una farmacia para respirar temporalmente. Un lugar tranquilo donde puedo conseguir paz a un módico precio. Que, con una simple acción, pueda recobrar la paz y tranquilidad que necesito en estos momentos de silencios incómodos. ¿Y de qué sirve? No sirve de nada. Nadie puede recobrar sentido a los acordes mudos salvo su propia vibración. Por muchas soluciones homeopáticas que me ofrezcan, no todo el mundo necesita un médico para recetar soluciones para evitar tumbarse contra el cristal.
Me han robado la radio del coche y la música no me lleva a lugares a los que siempre hemos vuelto. Esos sitios en los que la verticalidad desaparecía, nos olvidábamos de norte y sur y pasábamos nuestro movimiento al eje Z. No hacía falta luz que nos mandara las indicaciones que teníamos que seguir pero había cientos de miles de bombillas que nos hacía brillar. No había ruidos, pero el silencio quebraba para dar paso a los sueños de los niños, dando paso a memorias olvidadas de gritos y risas de los parques que nos han dejado jugar hasta que se escuchaba a nuestros progenitores la llamada de la oscuridad. No hacía frío, pero nos cubría un viento fuerte que se perdía constantemente por su cabreo monumental que no podía tumbarnos, no podía con nosotros; éramos llama unida inextinguible.
Me han robado la radio del coche y ahora no hay motivo por lo que seguir en este coche. Buscas en las cuatro direcciones, pero sólo se observan paisajes llenos de vida, vacíos de alma. Se ve a la lejanía una vía de servicio y se crea la necesidad de parar por respirar un poco fuera de ese manto de tela y metales. Luces de emergencia. Marcha neutral. Freno de mano. Y empiezan las rutinas de acomodarse en el asiento, respirar, perder rigidez y cualquier manía típica de desconexión. Pones la vista en las llaves. Y giras la llave. Esperas. Miras donde estás. Y piensas. No paras de pensar. Y te vuelve a la mente esa frase que te recuerda todo…
Alguien me robó la radio del coche.
Y ese alguien soy yo.