Sudores fríos.

Hoy me he levantado con el corazón ardiendo en el pecho. No era la hora de despertar, no era el momento de empezar el día. El sueño que se iba produciendo era el encuentro deseado, ese en el que deseamos día, tarde y noche. Caminaba por las calles después de un duro día de trabajo. Cogía el teléfono y te llamaba. Se te escuchaba la voz ronca. Aún así esbozaste tu alegría al momento de mis palabras: voy a por ti. Llegué y sólo veía personas que me retrasaban un poco más. El sueño se alargaba, te veía a lo lejos, con mi sonrisa siempre puesta; aunque nunca llegué a verte completamente. Una persona me ofrecía algo, asentía sin saber lo que decía, hablaba con otra sin saber lo que había dicho, sólo observaba, a través de las miles de esquinas de los pasillos que habían hasta llegar al marco de la puerta de la habitación en la que te encontrabas. Es como si estuvieras preparando mi llegada. Cada vez más gente se apostaba a mi lado, cada vez te veía menos, cada vez mi sonrisa bajaba al ritmo que aceleraba mi corazón, ¿qué pasa? ¡Dejadme respirar! ¡NO!

Y ahí desperté. Mi cama estaba ardiendo, con las sábanas en el suelo, con la almohada casi por la ventana. Miraba a todos lados, no era donde había estado, no reconocía mi habitación. Mi pulso acelerado me impedía pensar, quería salir de allí. Salté de la cama, olvidé las zapatillas y con apenas una blusa larga, salí de mi habitación. Crucé los pasillos que rodeaban mi casa y salí al balcón. Fue allí donde recobré mi voluntad. Aire. Mi mente desconectó, liberó toda tensión que llevaba dentro de mi cuerpo. Escuchaba como el agua estancada delante de mi casa rompía contra el viento. Abrí los ojos. La noche seguía bañando toda aquella vista que me calmó. Agacho la cabeza y suspiro. Los sentidos recobraron todas sus funciones. El frío me hacía tiritar, el aliento se veía y mis pies empezaban a quedar pegados al frío mármol. Volví a mi cama, restauré todo a su sitio y me coloqué en posición de apagar completamente.

Pero espera, ¿qué escucho? Mi corazón. No. Vuelve a latir muy rápido. ¿Qué me ocurre? ¿Qué me pasa? ¿Estoy a punto de morir? Necesito… nece… necesi… ayuda… No podía levantar la voz, nadie podía escucharme. Intenté levantarme y sólo me hundía más en aquella cama de muelles blandos. ¿Hola? ¿Alguien podía sentir mi lucha? ¿Alguien quería ayudar a un pobre moribundo que perdía fuerzas al luchar? ¿Qué me ocurre? Sólo… Sólo… Escuchadme. Os… llamo.

Y allí se perdió mi voz. En aquella cama fría en un cuerpo helado. Supongo que los malos tragos se pasan solo y que la vida nos aguarda, queramos o no. Pero la vida nos tiene aprisionados y es ella la que decide si debemos vivir o morir.

Deja un comentario