Mientras que ando por las calles, lloviendo sin cesar, no puedo pensar con claridad… Hay algo que me llama, que me llena… Me siento perdido en un mundo donde hay muchas personas a mi alrededor pero pasan desapercibidas al verme de pie, mojándome con la lluvia, mirando al cielo y dejando caer, gota tras gota, incursionando a través del leve espacio del cuello de mi abrigo. No llevo paraguas, no lo necesito. No llevo mi mente, no necesito pensar. No llevo un rumbo claro, sólo quiero caminar.
Es extraño… A mi actitud me refiero. Puede que haya perdido mis costumbres, mis razones de ser, esas cualidades que poseía y me hacia formar lo que era, lo que mi ser deseaba hacer y organizar en cada momento para vivir. Sabes que no puedes hacer lo que deseas pero lo intentas, luchas y te sacrificas por hace cada idea, cada pensamiento, cada deseo y no miras atrás pero tampoco miras adelante… Pierdes y ganas todo lo que tus acciones quieren llevarse consigo. No puedes hacer nada más.
Pero… Allí seguía bajo la lluvia, con la barbilla levemente alzada y los ojos cerrados, destinados al cielo, a imaginar, a darme cuenta que algo sentía… Algo familiar me abrazaba, algo conocido me llamaba. Escuchaba lo que no había, sentía lo que no tocaba, veía lo que no existía… Ahí fue cuando me di cuenta de que mis hábitos, cosas que nunca haría, las estaba haciendo involuntariamente, sin darme cuenta. Eran tus cosas… Tus manías que, exteriormente, odiaba y, por dentro, me volvía loco de amor. Tus pequeñas caracterizaciones… Tu ese punto de sal en un plato. ¿Cómo no me daba cuenta de que estaba recordándote una y otra vez, sin que yo lo supiera? Oh, mente malvada… Una vez, te aliaste con mi corazón y me dejas solo, luchando contra vosotros dos… Y lo hacéis tan especial…
No puede pensar más. Bajo la lluvia, me senté en un banco. Y poco a poco, fui comprendiendo muchas cosas, muchos objetivos que tenía y pensaba. Por cada sitio que pasaba, por cada cosa que veía, por cada recuerdo en un momento de nuestras vidas, ahí estabas tú. Y aquí estaba yo, sentado, bajo la lluvia, en un parque, a dos kilómetros de mi destino. Y no sabía por qué estaba allí.
Llegué a mi casa, sano y salvo, mojado, cansado… Y lo único que hice fue recordarte de la única forma que sé, a través de la música. Y eso me hizo imaginar, casi como alucinaciones, algo que me llegó a un punto de una locura rara. Sentí tu olor por mi cuerpo… Pensaba que podía ser la ropa, algo imposible, después de tanto tiempo y de tantas veces lavada… Quitándome la ropa con desprecio, con amargura, no conseguía apagar ese olor. Estaba en mi piel, perpetuo, sin ganas de irse, sin ganas de querer abandonarme. ¿Y qué puedo hacer si todo lo que vivo me recuerda a ti, si todo lo que hago me recuerda a ella?