Infinitos infiernos de locura desatada.

¿Alguna vez has estado en ese momento en el que empujarías a todo el mundo al suelo e irías a por la persona que necesitas y saldrías corriendo del sitio en donde estuviera? Yo lo he deseado. Pero nunca he tenido la oportunidad. O la persona. Sólo una figura.

Siempre he tenido en mi cabeza la figura de una chica, alguien que siempre sonríe y llora como nadie. Porque sabe sentir lo que recibe, porque sabe apreciar lo que eres. Y no tiene cara, no tiene figura definida pero sabes que es casi perfecta, que es todo lo que quieres. Hay gente que pregunta cuál es tu chica ideal y nosotros decimos miles de detalles que nunca serán exactamente lo que queremos de verdad. Y queremos pensar que hay una persona exacta a nuestros pensamientos pero apreciamos más a una realidad que una fantasía. Y lo sabemos pero no lo reconocemos. Yo puedo decir mis debilidades sobre una chica y puedo sentirme orgulloso pero de los gustos no está nada escrito y, menos, siendo pensamientos. ¿Quién no ha olvidado algo? Nadie, todo el mundo olvida.

Pero, un momento. No quiero desvariar, sigo ahí entre la multitud. Y le cambio la cara a la figura. Me giro y vuelve a cambiar. La diversidad es grande y no única. Pero algún día, se definirá la figura. Y no te importará porque saber que quieres recorrer cada detalle real. Sabes que te perderías en cualquier punto de su cuerpo. Y nunca olvidarás lo que necesita para que sea feliz. Porque querrás hasta predecir las sonrisas que puede aprender de tus enseñanzas, de tus detalles.

Y a esa chica la admirarás cuando hable, buscarás todos los mínimos detalles que puede tener para crear la figura realista de tu mente. Saber cuando ladea su cabeza si le gusta o no lo que escucha, saber sus ticks nerviosos cuando no está agusto. Querer buscar sus manías, si es nerviosa o tranquila. Si es limpia de piel o esconde algún lunar donde pocas personas se han fijado. Que esconde su miradas entre su pelo suelto o qué le gusta mirar para que su mente vuele. Y cuando estés delante de esa persona, desearás ir directamente a ella. Y te encantará mirarle a los ojos sin hacer nada más. Te encantará que le pases la mano por su cara y ladees la cabeza pensando en qué maravillosa mueca hará cuando lo hagas. Y buscarás los recovecos de su pelo para meter las manos y levantarle la barbilla. Y querrás acercarte y rozar levemente su cara contra la tuya. Respirar fuerte antes de alejarte para poder capturar toda mínima nota de aroma que desprenda. Sonreirás como el tonto que eres y ella te mirará extraña y feliz porque sabe lo que piensas. Pero te alejarás, te mantendrás un poco lejos, cogiendo su mano y soltándola poco a poco. Y cuando sólo quede el roce de dos simples dedos, te volverás, la agarrarás y la abrazarás sin querer soltarla. Porque sabes que el cielo está allí pero todavía es pronto. Porque sentirás que sus brazos aprietan más que los tuyos, porque sabes que, por encima de tu hombro, la chica tiene los ojos cerrados y puede que sonría de un pequeño sentimiento que haya dentro de ella. Y volverás a mirarle a los ojos para recordar la dirección a la que quieres mandar todos tus sentimientos. Volverás a tu sitio y admirarás todo lo que es en general. Ahora habrás fijado el rumbo. Ahora es cuando de verdad quieres poseerla. Cuando tengas todos estos sentimientos en el puño que pones en tu corazón. Ahora sabes que sientes por ella más de lo que deberías.

Sentado me hallo, en mi silla recostado. Sin prestar atención a lo que se dice, se grita o se comenta. Pierdes cualquier hilo de cordura porque no entiendes cuál es el motivo de estar allí, si de verdad era aquel sitio el perfecto para estar. Pero todo cambia. La razón es avariciosa. La razón hizo que despertara. Y allí estaba yo, sin perder ningún detalle, sin dejar de imaginar las cosas que haría para captar su mirada y se sonrojara…