Escúchame.

Otro relato más, llevo unos días con unas ganas inmensas de escribir y he escrito, pero mis superiores, mis jefes me prohíben hablar de esos temas y no soy el dueño completo de mis pensamientos, todavía. Estoy enfermo, llevo un día completamente casi muerto, haciendo mi rutina diaria y como si tuviera un peso enorme en la espalda, con sueño y sin fuerzas. Dando vueltas en mi cama, pensando sólo cosas malas, sin poder dar más importancia al descanso que al pensamiento. Y como la imaginación viene sola, he visto de nuevo una imagen, a la que quiero convertir en texto. Puede que sea el siguiente relato de Mírame. Háblame. Escúchame. Todavía no lo sé. Deseadme suerte. (Si no tiene como título Háblame o Escúchame, no ha habido suerte). Os quiero, gente. Aunque no os conozca, os deseo lo mejor y espero que disfrutéis.

Levanto la mirada a la última persona que sale del local, eso indica que no falta nada para acabar. Lo típico, dejarlo todo ordenado y en su sitio y nos vamos a disfrutar algo del aire fresco de este verano apagado. Me despido de mis compañeros, siempre sonríen al final de la jornada, es lo único que se puede disfrutar allí, saber que han acabado. Nos separamos cada uno por su camino, como siempre, el jefe nos grita desde la lejanía recordándonos cómo teníamos que hacer las cosas en nuestra casa para el día siguiente estar presentables. Yo siempre sonreía, me hacía gracia y, aunque todos decíamos ‘vale, vale’, no le dábamos importancia, menos mal que estaba de espaldas, si me viera sonriendo, no me sería agradable seguir trabajando, ya que me convertiría aquello en mi infierno particular. Bajo al final del paseo, al aparcamiento, allí recojo mi motocicleta, la cual no arranco, le quito la patilla y avanzo con ella unos cuantos metros. Es pesada pero no me importa. Recorro unos cuantos callejones hasta llegar a uno con salida, que daba directamente al mar. Siempre que salía de allí, llevaba la moto sin arrancar y la dejaba allí apoyada, mientras que me sentaba debajo de una ventana de aquel chalet que daba a la playa.

Muchas veces me había preguntado quién vivía allí pero, a pesar de ser de esta ciudad, de conocer a casi todos, no tenía el placer de saber quien dormía en aquella ventana. Siempre era cuidadoso de no despertar a los vecinos, sabía que mi motocicleta era ruidosa y, cuando salía del trabajo, no eran horas de molestar si querías disfrutar de unos minutos. Y, por el momento, lo estaba haciendo bien, porque no conocía a esas personas y nunca salieron para que me fuera a otra parte. Era un lugar tranquilo, tenías toda la vista de la playa para ti solo, nadie pasaba cerca tuya y podías sentir una paz después de tanto ajetreo. Era magnifica la vista… oscura, tranquila, se escuchaba a la lejanía cómo rompía ola tras ola en la orilla, como si de una composición musical se tratara, do-do-mi-do, sonaba. Algo que se podía escuchar durante horas. Buscaba en la chaqueta mi paquete de cigarrillos y mi mechero. Cogía uno y empezaba a disfrutar completamente del momento. Se escuchaba a la lejanía tormenta. Algo extraño en la época pero no reacio a ella. Exhalaba una profunda calada hacia el cielo, el humo dibujaba las tinieblas saliendo de mi cuerpo, como si mis miedos subieran al cielo y desaparecieran en olas de humo ascendiendo hasta el fin del cielo.

Y hasta el fin del cielo me perdía mirando a través de la claraboya de mi habitación. Podía ver el cielo tumbada en el suelo, sintiendo el frío parqué, pudiendo distinguir constelaciones y estrellas , disfrutando de sus brillos, de sus formaciones, de sus composiciones alrededor de aquel gran mural azul oscuro que la noche de verano dejaba a las mentes imaginantes soñar con ella. Era extraño, nunca me había interesado por aquel mundo hasta llegar aquí, sólo en este periodo de tiempo, será porque aquí la visibilidad es mejor o porque necesito algo que me cautive y esto es lo más cercano a perder la cabeza de mi mente. Es tan irreal la felicidad que puedo llegar a sentir, no tengo ganas de nada, todo está mal, todo solitario todo en vano, cualquier cosas que insiste en hacer, en preocuparme, todo se hunde y no por decisión propia, sino por involuntad en aquel triste paraje, que decidieron que yo no era dueña de mi vida, que no tenía poder sobre las estrellas que brilla como los mejores ojos que pudiera brillar en la más solemne oscuridad de la noche bañada con la luz de una luna llena inmensa. Puede que piense demasiado místico, por eso me odio a mi misma, es algo raro en mi y yo sola me hundo en estos sentimientos de daño y destrozo sólo tumbada mirando al cielo, algo que no dice nada pero te crea el todo que necesites.
Era el problema de trabajar día y media tarde, luego llegabas a tu casa, te duchabas y cenabas. Luego no sabías lo que hacer, tus amigos no estaban allí, estaban muy lejos, la poca gente que conocías no compartían tus gustos y el momento de buscar algo que hacer apenas llegaba, a pesar de tener ganas de encontrarlo. Tirada durante horas, “descansando” físicamente, ya que mentalmente, la oscuridad te podía llevar a desaparecer. Las luces, las lámparas, no me proporcionaban nada de lo que sentirme mejor, por eso ya ni hacía falta que las encendiera, dejaba que la Luna iluminase lo que pudiera y disfrutara del momento. Podéis pensar que soy familia de la negatividad, en realidad, puede que tenga algo pero nunca seré. Sólo pienso en estas cosas cuando necesito ser desconectada de un mundo que, en general, me trata bien pero no lo suficiente, no lo que yo quiero, no lo que yo necesito. Puedo ser algo egoísta, tengo trabajo, tengo una familia que me quiere, poseo una casa propia y tengo una casa cerca de la playa, la cual es de mis padres pero la propiedad es casi como si fuera mía, ya que yo soy la que paso aquí los veranos, la limpio y arreglo cuando hace falta. Vivo mejor de lo que necesito. Cambiaría cosas por otras pero nunca desde el punto egoísta. Sólo busco algo por lo que encender la luz. Lo que busco es algo mágico…
Es algo mágico todo esto, la tormenta se está apoderando de todo el cielo oscuro por encima del mar. La tormenta obligaba al mar a que reflejara su luz, como si fuera ahora quien mandaba en el cielo. Era un tanto curioso, un tanto particular de cómo esas pequeñas franjas de luz daban brillo a todo, apoderándose hasta del más mínimo detalla bonito de aquella noche tranquila. Se empezaba a escuchar las gotas cayendo sobre el océano, sin llegar a apagar el romper de las olas. Me recordaba a cómo hablábamos por encima de los demás, mientras que nos intentaban callar los demás, no podían, era nuestro pensamiento inscrito a fuego en nuestras mentes, era las reglas que habíamos escrito. No éramos superiores, no nos creíamos mejores, sólo que no nos podían callar. Era nuestra ley. Hasta que el mundo se apagó…
El mundo se apagó de nuevo, otra noche pasaba sin que se pudiera hacer nada. Pero no voy a parar de pensar ahora, es la hora de tener los mejores pensamientos, pensar que siempre hay algo que tiene que venir bueno, no se han acabado los buenos momentos, no pueden ser el último, ya que el último mal momento es la muerte y el último bueno es la paz y tranquilidad y, esas cosas, te preparaban con más sorpresas hasta llegar a ellas. A veces, me asusto de las tonterías que puedo llegar a pensar. ¿Qué es eso? ¿Ese olor? ¡Otra vez no! El olor a tabaco entra de nuevo por la claraboya, no se puede evitar. Siempre a la misma hora. El que pase por delante, ¿lo hará a posta? No es posible que siempre, a la misma hora, empiece a entrar el mismo olor, o es mala suerte o que el tipejo necesita molestar por las calles a personas aleatorias.
Es increíble…
Es increíble lo ensimismado que me puedo quedar con estas cosas…
Estas cosas me sacan de mis casillas. Es insoportable…
Es insoportable pensar que no hay con quien disfrutarlo…
Disfrutar, lo único que pido es un poco de tranquilidad…
Tranquilidad es lo único de lo que llena mi alma…
Mi alma es impaciente y este olor me enerva….
Enervaciones a parte, los jóvenes no sabían lo que iba a pasar, ninguno de los dos se esperaban lo que iban a vivir, a suceder de un momento a otro, algo que les alegraria o les atormentaría esa pequeña noche de verano donde había tormenta al fondo del lugar. Algo bueno, algo malo, algo sentido, algo buscado. Algo, algo, algo, puede jugar con las palabras, puede ocultar o puede mostrar. Ocultar o mostrar, son palabras que esconde o crean magia en un momento inesperado.
La muchacha se levantó del suelo, con algo de agresividad, iba directa a la ventana, quería gritar a la calle, que supieran sus pensamientos. El chico se encontraba en el mismo sitio, soñando con la tormenta lejana. La chica abrió la ventana de golpe, con la intención de gritar pero se dio cuenta de que había alguien, sus palabras fueron mudas y quedaron encerradas en su mente. El chico, al escuchar esa agresividad al abrir la ventana, sólo pudo voltearse sentado, con la boca abierta y el cigarrillo pegado a su labio inferior. Sus miradas se cruzaron y se quedaron eclipsados bajo la luna como Romeo y Julieta, al verse después de tanto tiempo. Claro que éstos, no eran Romeo y Julieta.
Ella: -¿Se puede saber que haces?
Él: -Di-di-disculpa… No pretendía molest…
Ella: -Siempre vienes a la misma hora, a fumar delante de mi casa.
Él: -Creo que tampoco es para ponerse así. Te acabo de pedir perdón.
Ella: -Siempre, siempre, a la misma hora, vienes a fumar y entra todo el humo por mi claraboya, ¿no tienes compasión por los demás?
Él: -Te pido mi más sincera disculpa pero no era mi intención, siempre vengo aquí después de salir de trabajar para disfrutar de las vistas y…
Ella: -¿Qué vistas? ¡Es de noche…! No hay vistas desde…
Él señaló al mar. Ella alzó la mirada, quedando algo prendada por la composición del mar. Nunca había abierto esa ventana por las noches, veía como la Luna jugaba por encima del mar, mientras que el mar jugaba con las piedras de la orilla, rompiendo cualquier esquema que se hubiera dibujado y la tormenta jugaba a bailar alrededor de todo aquello. Él cogió el cigarrillo, lo apagó encendido mientras que ella admiraba lo que veía. Se levantó y se sacudió el polvo que había cogido del suelo.

Él: -Es preciosa.
Ella: -¿Eh?
Él: -La vista.
Ella: -S-s-s-sí. No me había dado cuenta.
Él: -No sabía que aquí había residiendo alguien, tampoco hacía mucho ruido.
Ella: -Perdona. Puede que actuara algo mal pero odio el humo del tabaco.
Él: -Jamás llegué a pensar que podría molestar, ya que estoy en la parte trasera y estaba todo cerrado.
Ella: -No… No importa, qué ibas a saber tú de una ventana abierta en el tejado.
Él: -Una vez más, te pido perdón.
Ella: -Cállate ya. Pareces tonto pidiendo perdón cada dos por tres.
Él: -Es porque no me gusta haberte molestado. Tu reacción ha sido bastante fuerte, será porque de verdad te ha molestado.
Ella: -Déjalo, ha sido un cúmulo y quería pagarlo con alguien que creía que venía a fastidiarme.
Él: -Sólo venía por descansar unos minutos. ¿Eres de aquí?
Ella: -No, sólo vengo por trabajo y desconectar de la ciudad, ¿y tú?
Él: -Soy de aquí, por eso me extrañaba no haberte visto.
Ella: -Apenas salgo, voy y vengo por el trabajo o a comprar y luego me quedo en casa, no conozco a mucha gente.
Él: -Bueno, estás de suerte, hoy puedes conocer a alguien, ¿cómo te llamas?
Ella: -Eh… Marta.
Él: -Marta…
Ella: -¿Te llamas igual que yo?, que casualidad.
Él: -No, no, Elías. Me llamo Elías.
Ella: -Ah, vale, creía que eras de unos padres modernos.
Él: -Eres tú muy… especial, ¿no?
Ella: -Retrasada, puedes decirlo claramente.
Él: -Creo que no. No quiero ofenderte, me refería…
Ella: -Sí, sé a lo que te refieres, que soy un poco estúpida.
Él: -¿Me respondes a una pregunta?
Ella: -Si, adelante. A ver…
Él: -¿Sueles no dejar terminar de hablar a las personas?
Ella: – …
Él: -He acabado.
Ella: -Ya lo sé, es que me has hecho pensar. Idiota.
Él: -Tranquila, sólo tenía curiosidad. ¿Estás bien?
Ella: -Sí, ¿por qué?
Él: -Me acabo de dar cuenta de que tienes corrido el rimel, como si hubieras llorado.
Ella: -No. No. Es de las típicas lágrimas cuando tienes sueño y tal.
Él: -Pues si que deben de haber sido grandes, ya que tienes por toda la cara.
Ella: -¿Qué más te dará mi vida?
Él: -No es tu vida en si, lo que me preocupa. Me preocupas tú.
Ella: -No es nada… Sólo… Nada.
Él: -Puedes hablarme, tranquila.
Ella: -Estaba algo sola y me puse a llorar, sólo eso. ¿Interesante?
Él: -A veces, el cielo también se siente solo pero no llora por ello, llora por hay alguien debajo de él que no es feliz. La tormenta se acerca. Puede que intente decirte algo. Puede que quiera liberarte de tu carga y que grite por ti.
Ella: -¿Siempre eres tan misterioso?
Él: -¿Siempre eres tan simpática?
Ella: -Sólo con los que me caen bien.
Él: -No te preocupes por estar sola, preocúpate por conseguir no estarlo. Todos estamos solos de vez en cuando, siempre es bueno para tener un poco de tiempo para nosotros pero no debes llorar por estar sola.
Ella: -Ya ves como soy, no tengo muchas esperanzas puestas en mi.
Él: -Entonces, ya somos dos, no me conocer, puede que sea como tú o de alguna forma parecida pero contraria. Puede que yo también esté solo, que puede que sepa lo que es estar así y por eso te digo cosas así. No es para desanimarte, es para ponerte a pensar lo que deberías de pensar.
Ella: -A veces, me encantaría que me vaciaran la cabeza de cualquier pensamiento, ser libre y nueva para reconstruir otra persona.
Él: -¿Y de que serviría? Habrías destrozado a una persona que podría ser más querida que la nueva, que nunca podrías recuperar. Dime, ¿te gustaría ser otra persona?
Ella: -La verdad es que no… Me gusta ser tal y como soy pero no me gusta estar sola.
Él: -La vida da muchas vueltas, fíjate en lo siguiente: estabas sola, no tenías ganas de nada y mira como la vida te ha hecho dar el impulso de salir por tu ventana y gritar. Lo que ha hecho es que no estés sola, cuando más lo necesitabas.
Ella: -Si… Puede que tengas razón. Siempre he sido así de negativa pero cuando es verdad lo que me dicen, pues yo me olvido y me alegro. Gracias.
Él: -Gracias a ti por escucharme, aunque no haya dicho cosas interesantes.

Elías cogió el casco de la motocicleta, se lo puso, se arregló la chaqueta y puso la motocicleta delante de la ventana. Se subió a ella y miró a Marta.
Él: -Es hora de descansar, Marta. Todos tenemos obligaciones y la noche se ha calmado.
Ella: -¿Volveré a verte?
Él: -Todas las noches vengo al mismo sitio, a contemplar la misma vista, debajo de la misma ventana. Si algún día decido cambiar, no puedo saberlo de antemano. Todo tiene que llegar de una forma u otra. Si la vida lo decide, volveré a verte.