El cuello ya dolía, era peligroso estar de vigía.
Sólo observaba pero la alerta no se armaba.
Apartó su melena de la cara, pensaba que algo se le escapaba.
Alzó mirada al viento, donde se perdía hasta el lamento.
Sus patas estaban inquietas, sabían que las salidas eran secretas.
Protegía sin piedad porque no sabía ni creía en ninguna deidad.
Recordó algo con disimulo, pensamientos que no servían, que eran nulos.
A lo mejor se alineaban los planetas, a lo mejor veía siluetas.
Desconectando antorchas para ganar visión, relajarse para obtener comprehensión.
Ella sollozaba por su herida, pero no había rendición, no había cabida.
No había coartada para ello, pero siempre hubo espacio en su pelo.
Historias para olvidar porque nunca llegó lograr terminar sin sangrar.
Las peleas eran duras pero su silencio era tan fuerte que incluso ganaba altura.
Tenía el disfrute en la palma de la mano, aquello que fue siempre simple siendo humano.
Recordaba y amaba.
Quería y moría.
Pero el zorro siempre sabía, sin la menor duda, del mundo que había a pesar de estar desnuda.
El fuego era parte de su vida, la quema siempre estaba servida.
Me permito contar su historia aunque no sepa su dolor… me permito describir el brillo de su color.
Animal tranquilo en apariencia, fuerza descomunal en experiencia.
Sólo sigo con la duda, la pequeña duda de esos ojos que piden ayuda.
¿Por qué no gritas?
¿POR QUÉ NO LEVANTAS LA CABEZA?
No la necesitas.
Ahora eres libre en esta pequeña naturaleza.
Colórate, pequeño zorro de melena incontrolable.
Preguntas de los que se enamoran de tu pelo, que siempre perdida en el cielo, mientras que los que lo sabemos se extiende a lo interminable.
Eres tú, pequeño zorro. Dejaste hace mucho de ser un cachorro.
Y hay gente que te acompaña en tu vigía pero sólo buscas la energía.
Energía que encuentra en la lejanía.
Perdida en la cercanía.
Sonríe, brilla y asiente, porque no hay manera de pensarlo, eres única, no hay nadie que te invente.