El palacio de Sanssouci se hace pequeño si la espera es en silencio. Silencio de tren que asoma como el frio de la mañana en una ciudad industrializada.
Ella esperaba en silencio, evadiendo todo y a todos. Ni el estruendo de los frenos pudo perturbar aquella serenidad. Solo tenía unos minutos antes de salir y nadie se los iba a quitar. Con aquella barbilla hundida en el pecho, mientras su mano evitaba las posibles heridas, descansaba su mirada. O evitaba regalarla. Como un canario encerrado en su jaula, solo podíamos ver su pasividad y su vida pasar. No creíamos que su control era suyo y no nuestro. Teníamos todo lo que ella nos ofrecía, pero sin adquirir propiedad.
Su mirada perdida encontraba el camino a casa. Sus piernas cruzadas evitaban el contacto directo. Su respiración contenía al mundo. El halo de seguridad protegía incluso cuando lo necesitaba.
Ella dudaba de la confianza depositada en su objetivo. Dudaba si los alrededores eran sanos o hechizos. No tenía la exactitud de la medición de todos los estados. Por eso, lanzaba miles de miradas instantáneas para analizar y desatar el desequilibrio universal. Lo consiguió.
Me encontró en una de ellas. Lo que ella no sabe es que capturó un alma débil, abatida. Cansada de tener todas las oportunidades, pero no aprovechar ninguna. De no tener fuerzas para agarrar lo que más necesitas alcanzar. Como pájaros despegando de un estruendo, ahora no tenía suelo firme para la estabilidad que necesitaba aguantar esa mirada.
Desatada de la tranquilidad, miraba por la ventana esperando a cuál era la próxima parada anunciada. Yo rezaba por otra mirada. ¿Qué necesidad tenías de saber cuánto tenías que bajarte de ese tren si estabas parando el tiempo? Incongruencias en forma de respuestas inexistentes. Detalles que me hubieran gustado tener. Información por la que nunca podré traficar entre ojos y corazón.
Jugaba con su pelo, olas de Hokusai oscuras como el carbón recorren su frente, como saltos inmortales de dioses jugando en el vacío. Quería apartarlo porque le molestaba, quería mantenerlo para ocultarse entre la selva oscura en la que se encontraba. Ella estaba causando tempestades dentro y fuera del tren. Manipulaba el espacio creando la lejanía de su cercanía, del abrazo cálido en una tormenta como el aire frío de la nocturnidad de un desierto.
Despierto.
Mamá me sujeta la mano. Le devuelvo el apretón cada vez que coincide mi mirada con el ojo del huracán. La tempestad está cada vez más cerca. Siento pinchanzos como si la tensión estuviera cortando el riego de mi vida. ¿Qué me está pasando?
Papá está de pie delante de nosotras, pero evita tapar que vea el anticiclón. Creo que se ha dado cuenta de que he sido secuestrada, de que me solté de sus brazos pero ahora vigila a su nena ir a por los columpios de los adultos.
Ahora doy las gracias por no haberme abrigado más, ya que la calidez que transmite sus suspiros de inquietud me traslada al calor del hogar, a ese en el que me encuentro rodeada, pero desconozco. ¿Cómo puedes trasladarme tan lejos sin poder moverme de este tren abarrotado, abandonado a la suerte de la siguiente parada?
Yo de blanco, ella de negro. Yo morena y ella evadida. Todos nuestros caminos como corrientes invisibles cruzando el tren. Los espacios son infinitos entre nosotras, pero siento como los latidos se acercan hasta rellenar los huecos. Los detellos de luz no quieren perderse el camino a su infinito reflejo. Hay algo que perturba el ambiente.
“¿Qué te ocurre, viento del norte?” decían mis ojos con gran fuerza. Gritaban para que pudieras escuchar a través del cristal. “¿Qué necesitan tus manos para que no pasen el frío que evitas al rozarlas? ¿Tus manos de porcelana se descascarillan al luchar por un segundo de tranquilidad?”
Vuelves a cruzar la mirada, como si te hubieras percatado de que espiaba a través de la mirilla diminuta que forzaba a crear por intentar captar todos los detalles.
Creo que sabías que era el momento. Lo anunciabas sin hacer un solo gesto. Creabas el ambiente de que ya era tu partida y tu sendero estaba ya marcado. Llegó la parte en la que decides coger todo lo material que traes contigo y, con total aburrimiento, preparas las pocas fuerzas necesarias para poder levantarte. Para despejar el paso de almas desconocidas. Con desprecio porque necesitas el sendero, pero no quieres deberle las palabras a los que no las guardarán con cariño.
Espero que cruces de nuevo la mirada. Espero que abras la cárcel en la que me encuentro para que sea de nuevo libre. Espero a cuál es la siguiente señal. Pero la espera solo me confirma que eres libre y yo no. Que andas por el mundo mientras que los demás nos arrastramos buscando oxígeno del agua de la tierra. No queremos interponernos. No podemos permitirlo.
No vamos a molestarte, no vamos a jugar a sacarte una sonrisa. Queremos que nos enseñes que hay una vía en el surco del cielo que vas a generar en tu estela boreal. Que por mucho que queramos decirte lo bonito que haces que sea el día, tú solo brillas por naturaleza, no por necesidad.
Aquí se unen los caminos de miles de personas, pero solo genera luz una sola. Los semáforos de la estación se abren para el paseo real. Lo noto y lo siento. Está escrito. Esta es tu parada, aquí te conviertes en la chica de Alexanderplatz.
Me despiertan. Ahora de verdad.
Es mamá ajustandome la hiyab. Siempre atenta, cuidando de su pequeño bencejo. Papá me levanta la barbilla con su mano áspera, lanzando la mirada de preguntar si estoy bien. Asiento con un brillo en los ojos, del que le gusta descubrir para saber que sigo fuera del muro de ladrillos. Un profundo calor como el de mi familia me reconforta de tal forma que esta fría banqueta no es rival en la lucha de los sentidos.
Atenta quedo allá donde vamos, donde seguimos buscando una vía de escape en este domingo genérico de clima natural de la época. No sé dónde se fue todas las personas que habían alrededor, solo quedamos nosotros tres en este mundo. Mamá, papá: ¿rozaremos la felicidad allá donde nos dirigimos? ¿nos tocará la ruleta de la fortuna de las estrellas?
Mi sueter blanco crema solo sabe jugar con el movimiento. Me desequilibra los pensamientos. La abuela lo tejió con todas las vidas que soñó que podría conseguir. Las líneas que cruzan son tan finas que puedes confundirlas con las de la vida. Me perturbo en detalles minúsculos. Ya he perdido el hilo. Ya he sido deslumbrada por la luz.
Otra vez me he convertido en otra vida imaginaria. Otra vez me he confundido y no he actuado en la escena. Otra vez seré el árbol número 3 de la actuación de la obra. Solo queda esperar a soñar de nuevo o esperar a que lancen la cuerda desde lo alto de este cálido pozo.
Esta vez ya no quedan títulos nobiliarios para mí. Yo siempre seré una constructora de fuertes imaginarios. Estaré vigía pintando en los techos y demostrando que existen formas áureas que pintan los días de los mortales.
Yo me bajo aquí. Mamá y papá se bajan conmigo. El sueño se queda en el vagón soviético de la esperanza. Nuestra ruta es el mercado de pulgas. Queda la inspiración entre los cajones de sueños rotos y de otras manos.
Buscaré más colores, pequeña luz. Habremos abandonado el medio, pero no el motivo. Creo que me has dado la idea de Platón, la que no perderé entre sombras falsas ni ideas vagas.
Creo que quiero ser también quiero un nombre. Quiero que me recuerden por luchar una vida entera. Quiero aparecer en registros. Quiero que me recuerden, pero que no coincida con la específica necesidad de ser mi nombre.
Seré la chica de Rosenthaler Platz.
Hoy será el día en el que no soltaré mi vida tan fácilmente.