7 de la mañana. Decides que hoy va a ser tu día pero sólo es un día cualquiera que no se ha despertado todavía. Anoche te dijiste a ti mismo que sería un gran día de estudio para librarte de todo. Te levantas y lo primero que haces es meterte en la ducha… La ducha… Maldita ducha… Es el lugar de mi muerte cada mañana… Es entrar y estoy contento pero dentro de ese habitáculo, desaparece todo hilo de cordura que pueda mantener a mi mente. Ahí aparece el otro yo, el enterrado yo. El que quiero que desaparezca completamente porque no puedo vivir si lo escucho, si me habla, si intenta razonar conmigo. El mundo creado dentro de la ducha es un cúmulo de pensamientos. No puedo hacer más que otra cosa que llorar y llorar… El agua cae sobre mí y eso evita que pueda ver lo que en verdad estoy haciendo pero mi cuerpo se resiente y no puedo mantenerme de pie… Caigo, me hundo, me ahogo en mis propios pensamientos. Aún así puedo superarlo cada mañana. Me levanto, me termino de lavar y sigo adelante. Pero cada vez que entro me mato a mí mismo. Necesito que el maquinista venga y destruya toda realidad, arrancando el tren para partir. Me necesito a mi mismo para salir de este agujero.