No he vuelto aquí para contar algo diferente, sino renovado. Sigo buscando entre las estrellas porque me he olvidado de tener los pies en la tierra. Ahora estoy en un punto central buscando una imagen enfocada, con detalle. Ya aprendí que vivir en automático ayuda a la estabilidad, pero no a la perpetuidad.
Qué interesante es la aleatoriedad. Aunque no sea de verdad aleatorio como tal en un dispositivo electrónico, ha querido seguir jugando conmigo. Como aquel artista que lanza pintura de forma agresiva a un lienzo inerte, busca el gozo en la belleza del momento. Y de momentos llevan a este texto a comenzar.
Hace años, entre andenes y desconocidos, surgió la mayor casualidad de una primavera muerta de interés particular. Recordé que era un “pervertido” de la gracia de la vida como tal por esa aleatoriedad ficticia. Recordé que siempre que me sentía como encerrado en una burbuja de seguridad, le daba a grabar al sonido ambiente. Horas y horas de silencios, de estática, de relojes haciendo tick y tack. Pero siempre cuando había más de una persona en la sala. La música se interrumpió como si de una llamada se tratara. Y fue una canción que no pude saltar.
Mi corazón saltó un par de latidos. Mi incredulidad aumentó la apertura de mis ojos. Y solo los bolsillos donde guardaba mis manos del frio pudieron dar algo de pausa al momento. Allí, de pie, rodeado de voces, pero solo dejando entrar a una sola. El aire a punto de convertirse inflamable se mantuvo denso. Lo único que pude hacer es prestar atención. No como la que dábamos a los profesores de instituto, no a la atención de la tele un domingo por la tarde. No. La atención que ni siquiera pongo para respirar. Solo pude prestar atención como si el científico hubiera descubierto la forma de hacerse rico solo sonriendo. Solo podía reconocer los destellos del por qué no me provocaba ira, sino tranquilidad. Cuando acabó, me di cuenta que había pasado la estación, el autobús, la ciudad, el viaje, el pueblo, el almuerzo y la tarde. Todo apareció cuando acabó.
Uno sabe que tiene que mejorar. Uno sabe cuando está empeorando. Uno es posible que sea cabezón y no quiera perder un juego que ni siquiera ha empezado o acabado. Pero uno sabe que se hubiera congelado para ser más fuerte en carne. Porque no identifica o no detecta cómo el estado de la materia se transformó así y acabó en espiral de incertidumbre.
¿Cómo se consiguió? Y yo que sé…
Han pasado años desde la última llamada invisible. Han pasado amarres en el puerto. Pero no ha pasado lo que se buscaba. Claro que han sanado las cadenas. Que ya hay fuerzas, que ha habido intentos, que se ha querido avanzar. Pero se siente lleno de pasto seco. Llamas que no prenden, agua que no moja. Un abrigo en verano, un helado caliente.
Pero suena otra vez la puerta. Otra vez el aleatorio haciendo de las suyas. Algo hecho Para ti descubrió un nuevo estado. Lo que estuvo guardado bajo llave se repartió de nuevo al pueblo. Y, a pies puntillas, como el que entra en la parte prohibida de la biblioteca, lo único que supe es llamar a las puertas del infierno. Pero… Diferente. La fragilidad de mis recuerdos, aquellos que pierdo con facilidad, quisieron investigar si sus fragmentos son reales. No buscaba anhelo, no buscaba aprobación. Quería saber si toda la ficción podría ser revocada. Tal fue la información que otra vez me vi perdido horas más tarde. ¿Yo dije eso? ¿Cómo podía ser tan perspicaz? ¿Cómo se me ocurrían esas cosas? Solo podía preguntarme y reír. Como si el ganador de un Nobel leyera su tesis con amnesia y quisiera buscar ahora el Nobel de Filosofía. Ahora quería inventarse cavernas e ideas para acogerlas. Y así se consiguió otra noche en la que Morfeo quiso jugar al amigo invisible y mi cabeza desconectara al punto que ni siquiera se acordaba del trabajo de investigación intenso.
Solo se mantenía una sonrisa perpetua.
Lo mejor es el equilibrio en el muro de la estabilidad mental. Del soporte vital estable y de haber perdido el miedo a la falta de lo vital. Años que desaparecen en segundos. Para reestablecerse en apenas unos rayos de sol más tempranos. No podemos engañarnos: yo me quemé más en aquella playa. Pero luzco mis lunares con total libertad y tranquilidad.
Soy feliz con aquel jarrón de barro que hicimos. Estaré mosqueado eternamente por volcarlo y dejar caer el líquido desconocido pero importante. Valoramos el trabajo, pero no la dedicación. Queremos ser emprendedores sin haber sido trabajadores. Ahora solo seremos visitantes de museos. Veremos las grandes obras con resultados concretos, sin importar si fue el correcto o el incierto.
Solo sé que me llena de felicidad ver a los aviones en el cielo. Surcar los aires, hablar idiomas diferentes con los surcos de agua, navegar desde el cielo surcando los tesoros desconocidos. Me enorgullece como un padre, como un hermano, como un amigo, como un novio, como un profesor, como un alumno, como todo y nada. Me llena y todavía no hemos descubierto el de qué y el por qué.
Solo sé que echo de menos el viento que ya no corre en este punto intermedio entre tierra y estrellas. Como susurraba canciones marcadas en su cabeza mientras ataba los cordones de su siguiente aventura. Viento fresco. Viento agradable. Frío abrazo que no podías decir que no.
Si yo sé que hay una versión de mi por la que estar orgulloso, es solo y simplemente por tí. Fuiste la que me demostró que un vínculo era posible, real y demostrable entre todas las paranoias mentales de un crío enfermizo de amor y arisco. Si lo sé, es por ti. Y lo que haré por tí ahora es sonreír, sentir tu felicidad y seguir buscando mi mejor yo. No el que tú conseguiste, sino el mejor de los mejores. Aunque este mareado y confuso, no dejo de dar pasos.
Me enseñaste a caminar cuando solo sabía correr.